17 julio, 2024
El ordenador me recibe por la mañana con doscientos mensajes por vía de las redes sociales a las que me subí hace tiempo: correo electrónico, Whatsapp, Facebook, Instagram. A la media hora de abrirlos la fatiga supera a la curiosidad. Nos deseamos muchos ‘buenos días’ rutinarios en los grupos chat -menos mal-, pero llegan demasiados ‘impactos del día’, comunicaciones innecesarias y alertas por correo electrónico. Son muchas entradas que pican mi curiosidad pero empobrecen mi cabeza. Ignoro algunas, abro otras y he pasado cincuenta minutos oliscando. Con el día adelantado You tube me ofrece sesiones grabadas por gente lista, cómo no darle el play y oírle esa media hora larga… -quizá por la calle con auriculares.
Tengo problema con mis contactos, innecesariamente numerosos, y los ‘me gusta’ que reparto sin control. Los algoritmos de Google me han fichado y you tube me ofrece Franco Battiato, Brassens, fisioterapia para mayores y fotos antiguas de Barcelona me pillan con la alerta baja y ¡son tan entretenidos! Uno llama al siguiente y… paso una hora en ese paraíso telemático que me narcotiza.
La experiencia de una vida casi senil debería haber fortalecido mi voluntad para eludir tentaciones; ¡qué va! Debo vigilar la vista y la imaginación como a los veinte años, sigo siendo ventanero y oliscón.
La edad madura me exige fortaleza y prudencia, para no abrir adjuntos / anexos sinsorgos y distinguir los que anestesian el alma de los que me enriquecen. Quiero no dar un ‘me gusta’ un envío que atraerá a otros banales, y ‘suscribirme’ rara vez a ofertas agradables pero cargantes. Este primer mundo está sobreinformado, sobreentretenido, sobreofertado de series y suscripciones. Cierro el ordenador y salgo a la calle a ver vencejos volando sobre Santiago.