14 julio, 2024
A lo largo de mi trayectoria personal y profesional, he intentado ser coherente con mis opiniones y exponerlas con claridad y firmeza, procurando no ofender al que opina de forma diferente. Hasta hace poco, la respuesta a la pregunta que encabeza este comentario sería rotundamente afirmativa y casi displicente con la postura contraria. El paso del tiempo ha intervenido en la exteriorización de mi pensamiento: aunque la respuesta sea la misma, esta se deja ver con una notable pérdida de vehemencia. La importancia que tiene en la vida ser feliz, hace que me plantee algunas matizaciones más tolerantes con los que discrepan.
La investigación es un apasionante proceso creativo y sistemático que se lleva a cabo para ampliar el conocimiento sobre un tema o problema específico. Implica la recopilación, organización y análisis de la información a través de diversas metodologías, como la observación, la experimentación y el análisis de datos. El objetivo principal de la investigación es obtener nuevas respuestas a interrogantes o resolver problemas que no han sido abordados previamente. Mediante la investigación se descubren nuevos hechos, se desarrollan teorías, se comprueban hipótesis y se crean nuevas tecnologías. La investigación es fundamental para el progreso de la sociedad en todos los ámbitos. Gracias a ella se mejoran las condiciones de vida y se contribuye a modelar un mundo más justo y equitativo. No sería difícil dibujar un mapa que recogiese la íntima relación entre la inversión en investigación de cada país y el nivel socioeconómico de sus habitantes. Pero a pesar de los indudables beneficios que se derivan, este proceso presenta en la actualidad gran cantidad de problemas que bloquean, en mayor o menor medida, los logros que podríamos estar cosechando. Como esta relación es excesivamente numerosa para el objetivo de este comentario, me referiré a los que considero más acuciantes y significativos: la desafección de los políticos por la investigación, la dificultad de la gestión, la inflación de publicaciones, la desconexión entre la investigación y la sociedad y, por último, el fraude que daña la práctica científica.
1 – Desafección de los políticos por la investigación
Desde la instauración de la democracia en España, la relación de todos los gobiernos –de uno u otro signo político– con la investigación ha sido cutre, despectiva y, en todo caso, insuficiente. En todo el mundo, los gobiernos son los principales financiadores de la investigación; en nuestro país, la inversión no sobrepasa el 1,5 % del producto interior bruto, un porcentaje que nos sitúa al mismo nivel que las naciones europeas de menor desarrollo económico y social. Este apoyo insuficiente deviene en una pérdida de calidad en la investigación –que pasa a ser poco competitiva–, en una disminución de la productividad –los investigadores tienen que dedicar más tiempo a buscar financiación y a gestionar proyectos– y en una fuga de cerebros en busca de mejores oportunidades. Las partidas destinadas a la investigación, incluidas por los diferentes gobiernos en los presupuestos generales del Estado, se han presentado con una finalidad más estética que funcional: esto es, sin estar asociadas a unos objetivos concretos con los adecuados instrumentos de medida. Si el presupuesto no fuera ya suficiente agravio, los gobiernos deciden cómo gastar ese dinero a través de agencias que fijan las prioridades e identifican las áreas que consideran más importantes, asignando los recursos en consecuencia. En ausencia de criterios objetivos, el resultado de estas políticas gubernamentales no puede ser evaluado.
El sesgo inducido por las agencias estatales de investigación surge de varios factores: presiones políticas para financiar investigaciones alineadas con la agenda del Gobierno o que apoyen intereses específicos y prioricen las necesidades de un determinado sector, falta de diversidad y endogamia en los comités de revisión y en los puestos de toma de decisiones y poca transparencia en los métodos utilizados para evaluar los proyectos. Reducir el sesgo inducido en las agencias estatales de investigación es un desafío complejo que requiere un esfuerzo conjunto por parte de toda la comunidad científica. Es imprescindible crear un sistema de reparto de la financiación que sea justo, transparente y que apoye la mejor ciencia posible. Todavía hay mucho camino que recorrer.
Los políticos no creen en la investigación por razones que pueden ser complejas y variadas. Muchos de ellos –demasiados– carecen de una comprensión adecuada sobre el valor de la investigación científica y dudan de los resultados o los descartan como irrelevantes. Existen sesgos ideológicos para ignorar toda investigación que no se ajuste a unas opiniones preconcebidas. En ocasiones, se ven sometidos a presiones de grupos de interés o de sus propios partidos para que adopten posiciones que no están respaldadas por la evidencia científica. También muestran una persistente falta de confianza en las instituciones científicas, cuando no franco desprecio. Y, por supuesto, una financiación limitada ocasiona que den prioridad a temas de una mayor rentabilidad electoral. Sirva como dolorosa ilustración que las patentes españolas más productivas siguen siendo las fregonas y los chupachups.
La relación entre la política y la investigación es mala y compleja, con un claro impacto negativo. Es necesario un cambio brusco de la situación actual para garantizar que la investigación sea objetiva, fiable y de interés público. Sin embargo, pesimistas y agoreros están convencidos de que dos de los grandes problemas a los que se enfrenta nuestra sociedad, la insuficiencia de la investigación y la lucha contra el cambio climático, no van a recibir más financiación, aunque no por ello dejarán de acaparar la atención mediática.
2 – Dificultad de la gestión de la investigación
Investigar y gestionar la investigación son dos actividades estrechamente relacionadas, pero con responsabilidades distintas dentro del proceso de creación del conocimiento científico. Investigar implica la realización práctica de la investigación (identificar el problema, plantear hipótesis, seleccionar métodos, diseñar el proyecto, obtener los datos, interpretar los resultados y comunicarlos), mientras que gestionar la investigación se enfoca en la administración y coordinación de los recursos y procesos involucrados en la investigación (planificación, gestión del personal, gestión financiera y gestión de la ética del proyecto). En resumen, la investigación se centra en la generación de conocimiento nuevo, mientras que la gestión de la investigación se encarga de asegurar el desarrollo eficiente y efectivo de la investigación.
La insuficiencia de fondos obliga a los investigadores a participar en todas las convocatorias posibles para conseguir recursos que les permitan el desarrollo de sus proyectos. Esto consume una enorme cantidad de tiempo que se detrae de la investigación. Es importante que los investigadores encuentren un equilibrio entre el tiempo dedicado a la investigación y el dedicado a la gestión de proyectos. Una gestión eficaz ayuda a asegurar el éxito de la investigación, por lo que es importante que el tiempo consumido por la gestión no afecte a la producción científica. Que un investigador se vea obligado a emplear más de un 20 % de su tiempo en la gestión de los proyectos supone un desperdicio de los recursos humanos que deberían emplearse en la generación de conocimientos. Para paliar este problema y ayudar en todo el proceso, se crearon las fundaciones de investigación. Su desarrollo no ha sido tan satisfactorio como se había supuesto y, en no pocos casos, se han convertido en problemas más que en soluciones. Las fundaciones retienen un 20 % de todo lo conseguido por los investigadores, lo que supone una gran cantidad de dinero que debería constituir una ayuda importante para la gestión y para la investigación. Estos fondos sustanciales se han convertido en ese oscuro objeto de deseo de las Administraciones, que en demasiadas ocasiones gestionan el dinero de forma poco transparente y fuera del control de los investigadores que lo captan. De esta forma, la Administración vuelve a intervenir y regular la investigación, adaptándola a sus propios intereses y no a los de la comunidad científica.
3 – Inflación de publicaciones
De nuevo, la escasez de fondos origina una presión cada vez mayor sobre los investigadores para que publiquen sus resultados en revistas académicas de alto impacto. Para optar a la mayor cantidad posible de convocatorias se necesita ser muy competitivos, y para valorar el umbral de excelencia se utilizan fundamentalmente criterios bibliométricos: cantidad y factor de impacto de las publicaciones de los últimos años.
No cabe discutir que las publicaciones son un componente fundamental en el proceso de investigación: permiten compartir el conocimiento y operan como un indicador del impacto y relevancia del trabajo. Las publicaciones son esenciales para el progreso científico y tecnológico y funcionan como un registro histórico del conocimiento y de los avances en los diferentes campos del saber. Además, a través del número de citas que recibe un artículo publicado, se evidencia su contribución al conocimiento en un campo determinado y el interés que la investigación ha generado en la comunidad científica. Sin embargo, la presión excesiva por publicar tiene indudables consecuencias negativas: disminuye la calidad de las publicaciones, dispersa la información y dificulta el imprescindible proceso de replicación de los resultados por parte de otros investigadores. Además, se omiten los resultados negativos porque tienen menor posibilidad de ser publicados. Con frecuencia, la actual cultura de la investigación premia la cantidad sobre la calidad, lo que puede disuadir a los investigadores de realizar proyectos innovadores y de alto riesgo, de ahí que se tienda a preparar trabajos que tengan más posibilidades de ser aceptados en revistas de alto impacto, incluso si no son tan importantes o relevantes.
Las revistas científicas desempeñan un papel fundamental en la comunicación y difusión de los resultados, pero en la actualidad empiezan a suponer un problema grave en la investigación. Son responsables de sesgos de publicación por su tendencia a publicar estudios con resultados positivos, lo que genera una imagen distorsionada de la evidencia científica disponible. Los editores suelen tener preferencias que influyen en la decisión de aceptar o rechazar artículos, ya sea porque estos se ajustan a sus propias ideas o porque presentan resultados contradictorios con las mismas. Los revisores también pueden tener sesgos por su formación, por rivalidad con otros grupos, por sus afiliaciones o por sus propias experiencias personales. La posibilidad de que una publicación suponga un avance que afecte al desarrollo de una investigación en curso del revisor también puede motivar el rechazo. Asimismo, se produce un indudable sesgo comercial, ya que bastantes revistas científicas son propiedad de empresas editoriales con ánimo de lucro. Estas empresas presionan a los editores para que publiquen artículos que sean atractivos para un determinado público o que promuevan productos o servicios específicos. El factor de impacto de una revista se utiliza como una medida de su prestigio e influencia; sin embargo, este indicador puede estar sesgado por la tendencia a publicar artículos de revisión, que generalmente reciben más citas, y por la preferencia por estudios con resultados positivos.
4 – Desconexión entre la investigación y la sociedad
La ausencia de una adecuada comunicación de los resultados de la investigación a la población general aísla a los investigadores en guetos sin capacidad de influencia social. Esto ha llevado a una pérdida de confianza en la ciencia y a un aumento del escepticismo hacia los expertos. Los investigadores, al estar aislados de los problemas que preocupan a la población, pueden desarrollar proyectos que no son percibidos como útiles. Las investigaciones basadas en los métodos más novedosos tienen más posibilidades de éxito, menos riesgo y son más eficaces desde el punto de vista productivo. Sin embargo, la ciudadanía no las percibe como algo útil. La investigación que intenta responder a problemas que presenta la sociedad tiene un elevado riesgo de fracaso y una menor rentabilidad para los investigadores. A pesar del riesgo, la investigación debe ser útil para resolver problemas reales que afectan a las personas, las comunidades o el planeta, y debe buscar soluciones a estos problemas y contribuir a mejorar la calidad de vida. La investigación debe estar al servicio de la sociedad (que es la que la paga) y no a merced de la satisfacción personal del investigador. La investigación debe ampliar nuestro conocimiento sobre el mundo natural y social. Debe descubrir nuevos hechos, desarrollar teorías y comprobar hipótesis. Este nuevo conocimiento puede ser utilizado para desarrollar nuevas tecnologías y crear un mundo más justo y equitativo. Y, además, debe proporcionar información fiable a los tomadores de decisiones en todos los ámbitos que beneficien a la sociedad.
5 – Fraude en la investigación
Este problema, de actualidad mediática, daña profundamente el prestigio y credibilidad de la investigación. El fraude consiste en la falsificación, fabricación o manipulación deliberada de datos, resultados o metodología, con el fin de engañar y obtener beneficios o reconocimiento. El plagio y el robo de ideas es otro tipo de fraude. Esta conducta es inaceptable en el ámbito científico y puede tener graves consecuencias, tanto para la comunidad científica como para la sociedad es su conjunto. El fraude erosiona la confianza en la ciencia, representa un desperdicio de recursos financieros, humanos y materiales y puede empañar la reputación de investigadores honestos y dificultar su progreso profesional. En el caso de investigaciones médicas o farmacéuticas, el fraude puede poner en riesgo la salud pública.
La lucha contra el fraude es un desafío que requiere el compromiso de toda la comunidad científica. Es importante que las instituciones académicas y las agencias de financiación promuevan una cultura de integridad científica en la que se valore la honestidad y la transparencia. Las instituciones deben establecer prácticas y procedimientos claros para la detección, investigación y sanción del fraude. Es imprescindible fortalecer la formación en ética de los investigadores y fomentar las denuncias de conductas fraudulentas sin temor a represalias.
Desde hace demasiado tiempo, se percibe que el sistema de investigación está funcionando mal o no está cumpliendo sus objetivos. Esta crisis de la investigación modula el entusiasmo con el que se debería responder a la pregunta inicial: ¿vale la pena dedicarse a investigar? El investigador se enfrenta a un trabajo que suele ser precario, con contratos temporales y salarios bajos; el curso de la investigación puede ser muy competitivo y es difícil encontrar un puesto y obtener financiación. La investigación es un trabajo que requiere mucho tiempo y esto colisiona con la intención de conciliarlo con otras responsabilidades. Puede ser un proceso frustrante en el que nunca hay garantías de éxito.
A pesar de todo ello, la investigación es un trabajo intelectualmente estimulante y gratificante que brinda la oportunidad de aprender durante toda la vida y genera nuevos conocimientos, que contribuyen a desarrollar soluciones a problemas importantes –como las enfermedades, la pobreza o el cambio climático– y tiene un impacto muy positivo en la sociedad, especialmente en la mejora de la vida de las personas. Incluso con sus miserias, la investigación sigue valiendo mucho la pena, aunque no todos los que lo intentan estén preparados para dedicarse a ella.