13 julio, 2024
Hoy hablaremos de un libro negro, profundo e inquietante. Se trata de La oscuridad que habita en mí, de Joaquín Camps, recientemente publicado por Planeta.
Se trata de una novela, desde luego. Pero su contenido excede con mucho esa clasificación aparente simple. Porque en ella vamos a encontrarnos una historia que nos remitirá de manera clara y contundente a temas clásicos y reconocibles que pertenecen, en esencia, a los complejos mundos del cine y de la literatura. Y no hablo de citas textuales. Hablo de actitudes, guiños y homenajes que nos resultarán muy familiares. Todo ello orbitando en torno a algo tan sumamente arduo y complejo como lo es la psicopatía. En otros autores hemos visto muchas veces jugar con ese tema, pero seguramente no de una forma tan honda ni tan, permítanme que lo defina de esa manera, deliciosamente entrañable.
Así, no nos extrañará encontrarnos con el fantasma de Norman Bates, el escurridizo protagonista de Psicosis. O con el espíritu de Hannibal Lecter, no tanto por su espectacular y salvaje método de ejercitar sus sustanciosos crímenes, sino más bien por su cuidado estilo a la hora de su programación. Y observaremos cómo se desarrolla una trama que parece de alguien como David Mamet. O el empeño de no dejar cabos sueltos, a la manera obsesiva del hombre de la gabardina cochambrosa, el teniente Colombo. Y, por supuesto, veremos triunfar la sabiduría de alguien como Agatha Christie. Pienso, no en Poirot y sus escenografías finales con todos los protagonistas presentes. No. Pienso en el colosal e inimaginable colofón de Testigo de cargo. Pero no añadiré más, por temor al spoiler…
La protagonista es Cameron, una joven de 21 años, neoyorquina, licenciada allí en literatura española, que se ha ido a vivir a Barcelona con el objeto de escribir una novela en el idioma de Cervantes. Corre el año 2012. La joven, que se ha instalado ni más ni menos que frente a la Casa Batlló (lo que demuestra un poderío económico poco frecuente), es una pionera en el dominio de las redes sociales y va camino de ser una influencer. Convive con un colega del Upper East Side (donde vive Woody Allen, y en donde toca el clarinete en el Carlyle) que quiere conseguir casarse con la niña. Ella se niega. Quiere encontrar el amor perfecto (“alguien a quien haya visto llorar”). Mientras, se resiste a perder la virginidad…
Y acaba encontrado al hombre de su vida. Se llama David y es alto y guapo, está forrado y pertenece a la clase más poderosa de la ciudad. Se casan. Se van a vivir a la elitista Pedralbes, a un chalet de ensueño. Se hace amiga de su vecina de enfrente, Eva, quien se ha instalado en otro chalet semejante tras haberle tocado la lotería, y que vive con María, su hija adolescente. O sea: la felicidad absoluta…
Pero todo cambia un día en que Cameron recibe un sobre de su compañía de seguros. Al abrirlo, descubre una foto de su marido morreándose con una tía espectacular en un reservado de un restaurante… Tras ese primer shock, y al acudir a la cocina, descubre, en medio de un mar de sangre, el cadáver de una joven degollada y con la cabeza cubierta por una bolsa de plástico. En ese momento, alguien le aplica un paño húmedo por detrás y pierde el sentido.
Cuando lo recupera, un tiempo más tarde, su marido está con ella. No hay ni rastro del cadáver en la cocina, todo está limpio y reluciente y, lo que es más, cuando comprueba el sobre de la compañía de seguros, lo que ve, en vez de la foto comprometedora de su marido, es a una pareja de ancianos besándose. Es de una nueva campaña publicitaria sobre cierto seguro de vida…
Ese es sólo el primer episodio de su cuesta abajo. Ya había tenido problemas, aunque más leves, y se estaba tratando con Paul,
un psiquiatra paisano suyo con el que se lleva extraordinariamente bien. Pero la cosa va a peor. Se repiten las visiones, su médico le multiplica las dosis de medicamentos, siempre con la advertencia de que no los mezcle con alcohol… A lo que, por supuesto, ella no hace caso. Se desmaya, sigue oyendo sonidos extraños y vuelven las visiones… Y su cuerpo va deformándose cada vez más…
Su marido la abandona. Y se lía con Eva, su querida vecina y amiga, que tiene como máxima la de Mae West: “Las chicas buenas van al cielo. Las malas, a todas partes”. Ella acaba espiándolos, noche tras noche. Y María acaba desapareciendo… Y muriendo a manos, se sospecha, de un sugar daddy…
Hasta casi el final, que será de los que hacen historia, Cameron pasará por fases en que se atribuirá todo lo que está pasando. ¿Es, en realidad, una asesina?
Otra joya a tener muy en cuenta…