10 julio, 2024
Así la describe (entre un montón de calificativos la mar de elocuentes) el chef José Andrés en el prólogo del libro que la cocinera Pepa Muñoz acaba de publicar en Espasa, y que se llama Un puchero de verdades. El grandioso chef, que ocupa en Estados Unidos uno de los lugares más destacados en su gastronomía, dice de ella cosas importantísimas: que lo mejor que sabe hacer es desbordar generosidad, pero no sólo: que reparte, además, felicidad, energía, pero, sobre todo, amor. Y cuenta cómo, al principio de la pandemia, se presentó en el World Central Kitchen, la ONG del maestro y dijo, simplemente: “Quiero ayudar, soy cocinera”. Y lo hizo. Y añade que cocinó para millones de madrileños y españoles. Y que resulta que a ella no hay que llamarla para cualquier cosa, porque “cuando abres la puerta, ya está ahí, esperándote”. Y dice, además “¡Qué afortunados somos sus amigos de tenerla en nuestra vida…!” Y cita lugares y circunstancias en que ha ayudado y sigue ayudando: Filomena, Ávila, la guerra de Ucrania, los refugiados afganos, cocinando en comedores sociales…
Conocí a esta superwoman aquí, hace poco, durante la promoción de su libro, y me contó un montón de cosas. Su actividad en la FACYRE (Federación de Asociaciones de Cocineros y Reposteros de España), siendo la voz cantante de miles de restauradores peninsulares, por ejemplo. O su actividad, incesante, y a veces salvaje al frente de su restaurante madrileño, El Qüenco de Pepa (en Henri Dunant, 21, en el barrio de Chamartín), que lleva a medias con su mujer, Mila Nieto. Me habló también de su familia: de Mila, y de sus hijas Candela y Lola.
Respecto a ellas, hay una anécdota que cuenta en el libro, y por la que le pregunté detalles, porque la protagonista era una gran amiga mía: “Cuando le dijimos a María Jiménez que íbamos a ser madres, le salió del alma un ‘Con dos cojones, Pepa, con dos cojones’”.
Porque esa es otra: la infinidad de caras conocidas que asoman por su establecimiento. Con muchos de ellos, la relación se estrecha rápidamente. Se ve también en las fotos que acompañan la edición: toreros, cantantes, actores, cocineros, políticos… Y vemos a Serrat, a Sabina, a los Del Río, a Los Morancos, a José Andrés, naturalmente, a Ferrán Adriá, al venerable Lucio, a Antonio Banderas… Ella cita, por ejemplo, que dio de comer a todos los presidentes del país (Felipe, Zapatero, Aznar, Calvo Sotelo, Sánchez), y que el único que le falló fue Suárez (y sólo por cuestiones históricas, claro). Y a los reyes, por supuesto…
Uno de los apartados más interesantes, es, sin duda, el dedicado a sus orígenes. Nacida en Madrid en el 69, pero con un alma plenamente andaluza, su padre, Pepe, que era de Hornachuelos, Córdoba (su madre, Aurora, era de Las Navas de la Concepción, en Sevilla), fue su primer guía y la persona que la orientó en sus primeros trabajos. En la Casa de Córdoba madrileña, donde de niña conoció al elenco más grande de diestros del toreo: El Cordobés (padre, claro), a Paco Camino, a Luis Miguel Dominguín, a Antonio Bienvenida, a Curro Romero (de quien habla con auténtica devoción: “Esa seriedad, siendo yo tan niña, impactaba mucho… Un día el Faraón de Camas me dijo: ‘Pepa, tu haces los platos de cuchara como los ángeles’”), a Antonio Ordóñez, a José Mari Manzanares… Y a cantaores ilustrísimos, como Camarón…
Pero la época de oro fue la del cine. Sí. Su padre se hizo con un camión cocina y acabó convirtiéndose, en su función de catering, en un elemento fundamental en el rodaje de las películas que se hacían (Sevilla Films, Estudios Chamartín…) en Colmenar Viejo o en un desierto de Almería…
Los nombres de los que por allí aparecieron constituyen una lista que no tiene fin: Kubrick, Elías Querejeta, Carlos Saura, Pilar Miró (de quien habla maravillas), Rafaela Aparicio (en Mamá cumple cien años le llamaba “yaya”), Fernando Fernán-Gómez, Amparo Muñoz (otra de la que dice que era un encanto), Geraldine Chaplin, Paco Rabal, Héctor Alterio, Jean Paul Belmondo, Alain Delon, Schwarzenegger…
Y así continuaríamos hasta el infinito. Buen y sustancioso trabajo, junto a su padre, para iniciar una carrera, en resumidas cuentas, áurea…
Y ahora pienso en los momentos que pasé hablando con ella y, estoy completamente de acuerdo con José Andrés: esa rociera ilustre me transmitió un soplo de paz que aún me dura hoy… Muchas gracias, Pepa…