7 julio, 2024
Ya no somos capaces de ver lo que es evidente porque estamos intoxicados por la información con la que nos bombardean día tras día. Nos dice lo que podemos saber, lo que nos tiene que interesar y de lo que tenemos que hablar, aunque eso no nos importe. Lo que les importa a quienes crean la información, que son siempre los políticos, muchas veces casi no nos afecta, pero nos hacen creer que sí. Un ejemplo muy claro es ese extraño ser, llamado el CGPJ- Consejo General del Poder Judicial-, que da la impresión de que es más importante para nosotros que el aire que respiramos y el pan que comemos
En realidad el CGPJ se encarga de sancionar en el terreno administrativo a los jueces que incumplen sus obligaciones, pero no el ámbito de lo penal. Un juez asesino no sería nunca juzgado por el CGPJ, sino por la justicia ordinaria, por ejemplo. Además de esto otra de sus misiones es la de nombrar a los jueces y magistrados de los diferentes tribunales. En ese caso lo más importante es el Tribunal Supremo, al que un ciudadano corriente tardaría años en llegar, tras interponer recurso tras recurso, pero que es el que juzga a la multitud de políticos aforados, que lo son muchas veces sin más motivo que con él. Los nombramientos clave del CGPJ son los que le interesan a los partidos porque casi todos se han visto afectados por graves casos de corrupción. Parece lógico, pero no lo es que en ese órgano, o en el Tribunal Constitucional, se hable sin recato de las orientaciones políticas de los miembros del poder judicial. Si los jueces tienen colores, rojo, azul, verde, o a rayas, y cabe esperar que sentencien en función de esos colores, entonces, ¿qué podemos esperar de la justicia los ciudadanos de a pie, los que vamos por la vida sin fuero, sin influencia y con poco dinero? Parece que muy poco, y por eso se corre el riesgo de que la gente deje de creer en el derecho.
«El mundo de las leyes es un mundo incomprensible sin la noción de fe, una fe que no tiene por qué ser necesariamente en un dios, pero que sí tiene que ser una creencia compartida. El derecho, y también la moral, comparten una idea clave, que es la idea de deber»
El mundo de las leyes es un mundo incomprensible sin la noción de fe, una fe que no tiene por qué ser necesariamente en un dios, pero que sí tiene que ser una creencia compartida. El derecho, y también la moral, comparten una idea clave, que es la idea de deber. En los dos casos existen unas normas, orales o escritas, que dictan lo que se puede y lo que no se puede hacer, lo que está permitido y lo que está prohibido en nuestras relaciones con los demás.
El derecho, como el lenguaje, es inseparable de la vida social. Para un náufrago solitario no son necesarios ni la moral ni el derecho, porque no puede tener deberes ni obligaciones para con nadie más. Por la misma razón tampoco tendría mucho sentido que se pase el día hablando consigo mismo. El náufrago vive en un mundo físico en el que tendrá que defenderse de los animales y buscarse un cobijo y conseguir sus alimentos. Su éxito en cada caso dependerá de sus habilidades, que son las que le pondrán límites. Cuando él vivía en sociedad sabía lo que no podía hacer: robar, herir, asesinar o violar. Y lo sabía porque tenía claro que existen unas normas que ponen límites a nuestra conducta, independientemente de nuestras capacidades físicas. Y esas normas son las leyes.
«Somos herederos del derecho romano, y en él la idea de ley está unida a la capacidad de hablar, de decir lo que es justo. Nuestra palabra juez deriva de la latina iudex, que se forma con la raiz ius y el verbo dicere, hablar, decir. El juez es el único que puede decir lo que es legal o no, lo que está permitido y lo que está prohibido»
A lo largo de la historia las normas morales y legales se transmitían oralmente de generación en generación. En muchas casos se suponía que algún dios se las había revelado a algún antepasado. El rey Hammurabi de Babilonia ordenó poner por escrito estos mandatos orales en su célebre Código, diciendo que le había sido revelado por el dios de su ciudad, Marduk. De la misma forma Moisés subió al monte Sinaí para recibir los mandamientos de Yahvé, que estaban escritos en dos tablas, que rompió al bajar de ese monte, cuando vio que su pueblo se había entregado a la idolatría. Lo mismo pasaba en Grecia con Minos, el mítico rey legislador, al que Zeus revelaba las leyes en una cueva de un monte de la isla de Creta.
Con revelación o sin ella, las normas que rigen nuestra conducta y establecen los castigos para los infractores, son compartidas por todos los miembros de la comunidad, y son válidas porque se cree en ellas. Si dejan de cumplirse porque los poderosos imponen su fuerza, su influencia y sus riquezas, entonces esa fe comienza a perderse y se piden cambios, para exigir que los que controlan las leyes: los ancianos de la comunidad, los sacerdotes o los reyes puedan ser controlados. Para conseguirlo lo primero que se pedirá es que esas leyes sean puestas por escrito. y así sean de conocimiento público.
Hay varias ideas sencillas que definen lo que es la ley. La primera es la idea de orden. Ese orden puede ser a la vez el orden del mundo físico, regido por el curso regular de las estaciones y los ritmos de la vida, y el orden social. Si estudiamos las lenguas antiguas veremos cómo esa idea se expresa en la India o Irán con la palabra arta. Es la misma palabra que la latina ars. En latín con ella se designa el orden, la forma en la que están organizadas las cosas, y también las formas de conducta social, las normas con las que se han de hacer los ritos.
«El derecho es complejo, abusa de las interpretaciones forzadas de las palabras, da preferencia a los formulismos legales ante los hechos evidentes, y así se puede convertir en un galimatías en el que los pocos que lo manejan favorecen a otros pocos, ante la impotencia de la mayoría»
Si del latín pasamos al griego veremos que la palabra que designa la ley es Thémis, cuya raíz expresa la idea de cimiento físico y de cimiento social. La ley es así el orden y la base sobre los que se asientan las sociedades. Pero, ¿quién conoce, interpreta y aplica las leyes? En principio quienes mandan: los reyes, los sacerdotes, los nobles, y diferentes autoridades religiosas, o militares, en el caso del derecho de guerra. Dice un viejo refrán castellano: ¿A dónde van las leyes?, a donde van los reyes. La idea está muy clara, y es que desde el antiguo Egipto hasta hoy tenemos atestiguada la corrupción judicial, lo que se llamaban las «sentencias torcidas», porque la idea de ley va unida a la de rectitud, como parte del orden.
Los reyes pueden hacer sentencias torcidas para favorecer a los ricos frente a los pobres, o los que no se pueden defender, que suelen ser las mujeres y los niños. El rey justo, sea el faraón, el rey mesopotámico que administra justicia en su trono ante la puerta del palacio, o el bíblico rey Salomón, siempre será un referente fundamental para que no se pierda la fe en la ley, y se pueda seguir confiando en que, a pesar del todo, al final siempre prevalecerá la justicia. Si ya no nos queda ni el consuelo de que siempre habrá un juez justo, entonces todo el sistema legal se hundirá, porque no se podrá creer en él.
Somos herederos del derecho romano, y en él la idea de ley está unida a la capacidad de hablar, de decir lo que es justo. Nuestra palabra juez deriva de la latina iudex, que se forma con la raiz ius y el verbo dicere, hablar, decir. El juez es el único que puede decir lo que es legal o no, lo que está permitido y lo que está prohibido. Pero puede hacerlo solo porque existe la ley, que debe estar recogida por escrito y no puede ser creada por el juez. La ley es anterior al juez y al proceso judicial. El juez no puede crearla, pero sí es el único que tiene la capacidad de interpretarla y aplicarla en un juicio que debe llevarse a cabo siguiendo un procedimiento establecido y respetando el orden, las normas procesales, que tampoco se pueden ni inventar ni cambiar.
El derecho sirve para reestablecer el orden, cuando el orden se altera. Dice un proverbio latino que todo lo que no está prohibido está permitido, por eso las leyes deben tener un campo muy acotado. En el derecho anglosajón, conocido como Common Law, se parte del principio de que el derecho no crea la realidad, solo la regula cuando es necesario, por eso en él se tiende a solucionar los casos con acuerdo y siempre de la forma más sencilla posible. Pero en nuestros sistemas romano-canónicos, es decir, de origen romano y basados en los códigos: civil, penal…, se puede caer en lo contrario. El derecho es complejo, abusa de las interpretaciones forzadas de las palabras, da preferencia a los formulismos legales ante los hechos evidentes, y así se puede convertir en un galimatías en el que los pocos que lo manejan favorecen a otros pocos, ante la impotencia de la mayoría. Cuando eso ocurre, y los políticos, los poderosos y los ricos consiguen, o por lo menos lo intentan, convertir el mundo de la ley en un teatro de marionetas de colores, movidas por los intereses de unos cuantos, entonces consiguen que la gente deje de creer en el derecho, la justicia, y piense que ya no existen ni el orden ni la confianza, porque los jueces también pueden ser de colores.