4 julio, 2024
Hablan conocedores de las entrañas de la Universidad de Santiago de cómo dos profesores tenidos hoy por eximios no hicieron otra cosa en su vida profesional que girar una y otra vez, como indesmayable noria, en torno a la materia y texto que ocupó en su día la realización de sus respectivas tesis doctorales sin que a lo largo de sus extensos currículos docentes se salieran de ese trillado camino con la aportación de nuevas investigaciones, publicaciones o aportaciones.
Porque, lo dicen para quien quiera escucharlo algunos de esos docentes, ese es uno de los males que atenaza a la cinco veces centenaria Fonseca; el anquilosamiento, la atrofia, la esclerosis que caracteriza el discurrir de más de una cátedra y aún departamento, cual plácido far niente centrado en la explicación de unos viejos apuntes y las correspondientes validaciones.
Un discurrir del que se culpa a los propios órganos de gestión universitarios, se diría que también complacidos en ese estado de cosas. Con abandono no sólo de la creación de las cátedras que las nuevas investigaciones conocidas demandan, sino incluso con su probada pasividad a la hora de gestionar edificios que acojan esos saberes en condiciones mínimas de dignidad para profesores y alumnos. Véase, sino, el caso de la inexistente Facultad de Farmacia, dormida en el sueño de los justos desde hace más de una década. ¡Una Facultad que vive de prestado pese a estar situada entre las tres más destacadas de España por la calidad de su docencia!. Y sin que la anunciada sustitución tenga aún partida presupuestaria, como asegura la Xunta.
Ahora, días atrás, la Universidad anuncia una nueva cátedra institucional en colaboración con la Xunta, la de Saúde Ambiental (¿no supone una duplicidad respecto de la ya existente asignatura de Medicina Preventiva y Salud Pública en el Grado de Medicina?). Una cátedra que se presenta con un programa de trabajo tan absolutamente extenso –y a juicio de este cronista inabarcable desde una exigencia de calidad- que lo mismo vale para el eterno roto del radón –de cuya praxis científica informó días atrás en este mismo periódico el siempre ingenioso y cáustico profesor Bermejo con la ironía que le caracteriza- como para el descosido del humo ambiental del tabaco en la salud de la población gallega, que no cabe duda que es preocupación creciente de los ciudadanos en la misma medida en que su consumo se ha reducido en un 25 % sin que se acercara nunca a la media nacional. No digamos ya si el interés es por “proteger la población más vulnerable en entornos rurales de la exposición a la biomasa procedente de las cocinas de leña o lareiras”, esas que están desapareciendo, o, por citar otro ejemplo, estudiar los efectos del volcán Cumbre Vieja en la salud de los habitantes de La Palma.
De lo que se deduce que más que analizado, sopesado y dirigido de arriba abajo, el logro de la cátedra acaso tenga mucho que ver con la probada capacidad de insistencia –y resistencia- dignas de emular lo mejor del Nobel Cela, de abajo arriba, como nuevo frente de quien los intenta todos cuantos se le antojan posibles y siempre con la misma mercaduría, a semejanza de los profesores aludidos al inicio. ¿o quizá hay que buscar una explicación más simple en la coincidencia de algún apellido?. Por el contrario, en la Facultad de Medicina sigue habiendo seria preocupación por la reposición en cátedras como Cirugía o el tan frustrado anhelo de poder contar algún día con una cátedra de Genómica –con el aporte que supone contar ya con uno de los centros punteros en España- como ya existen en otros campus universitarios y que aquí se desprecia. Pero ¿Acaso los avances en prevención y curación de salud no se encaminan justamente por esta senda, además de las tradicionales de farmacología?
La Universidad de Santiago es una descomunal empresa en extensión, complejidad, necesidades y en exigencia de anticipación de futuro, pero está trufada de demasiada endogamia y no sólo en su más importante misión de transferencia del conocimiento. Cuenta, además, con el hándicap de un exiguo presupuesto dada la cicatería tradicional que en esta materia han presentado siempre –excepción hecha de Manuel Fraga- los distintos Gobiernos autonómicos –no digamos ya con ese “café para todos” de matrículas gratuitas para centros cuyos recursos económicos se sitúan a la cola de España-. ¡Todo un milagro de financiación y de optimización de recursos!
La Universidad, todas las españolas, necesita un replanteamiento que comienza por una más clara definición de su autonomía, la apuesta por un sistema concreto de especialización, el evitar despilfarros con cátedras creadas a la carta no se sabe bien –o sí- en función de qué intereses creados y, previo a todo ello, una gobernanza que se aleje del vigente sistema de gestión tan anquilosado como frustrante.
Y no, no se ve que la actual masa crítica de la USC, los llamados a hacer esa reflexión y proponer soluciones, se impliquen en la tarea. Aunque acaso sea mejor porque, como señalaba algún relevante pedagogo de primer nivel, es imposible que quienes se sienten cómodos en el actual estado de cosas sean capaces de buscar nuevas alternativas.