30 junio, 2024
Llevo cincuenta años paseando por la universidad de Santiago, y reconozco que como paseante he sido un fracaso. No he conseguido ser famoso, ni obtener siquiera una banqueta en alguna de las Academias. Y es que ser un paseante famoso tiene su dificultad porque no se puede competir con los predecesores en el oficio. El primero fue Aristóteles, que impartía sus lecciones caminando con sus discípulos. No había inventado la frase mens sana in corpore sano, pero le cuadra. Seguir sus cursos debía ser agotador.
Aristóteles no paseaba solo en los jardines de su escuela, sino que junto a su discípulo Teofrasto, autor del primer tratado de botánica que conocemos, creó lo que en el siglo XVIII se conocía como el arte de herborizar, es decir, de salir al campo a observar las plantas para luego describirlas y clasificarlas. El maestro escribió también varios tratados sobre los animales, sobre su reproducción, su anatomía y su locomoción, y confiesa que se había ido al puerto a hablar con los pescadores, y al mercado a hablar con los carniceros, para poder observar los detalles de la anatomía. Muy poco se sabía de la anatomía humana en su tiempo, porque la disección de cadáveres estaba prohibida por razones religiosas, y lo seguiría estando hasta que los reyes de Egipto la permitieron en la biblioteca de Alejandría con los cuerpos de los condenados a muerte.
Otro gran paseante y herborizador fue J.J. Rousseau, que amaba la naturaleza y a los niños, de un modo compatible con el hecho de ir enviando al orfanato a los que iba teniendo con Teresa, su humilde mujer, pero no esposa. Rousseau se describió a sí mismo como paseante solitario. Despreciaba el lujo y admiraba la sencillez como la de los antiguos espartanos. Al contrario que otros Enciclopedistas amigos suyos, como Voltaire, no frecuentaba los salones y las comidas que ofrecían las salonières, las ricas aristócratas, como la madre del famoso La Mettrie, que era una anciana un poco descolocada que acosaba a los intelectuales invitados a su mesa. En un ocasión dijo Voltaire en una de esas comidas en casa del famoso ateo La Mettrie: «menos mal que existe la religión», a lo que ese autor del Hombre máquina respondió con indignación. Voltaire añadió que «si no fuese así los que nos están sirviendo la comida ya nos habrían cortado la cabeza». Y así fue cuando sobrevino la Revolución Francesa.
«Rousseau se describió a sí mismo como paseante solitario. Despreciaba el lujo y admiraba la sencillez como la de los antiguos espartanos. Al contrario que otros Enciclopedistas amigos suyos, como Voltaire, no frecuentaba los salones y las comidas que ofrecían las salonières, las ricas aristócratas»
Uno de los grandes admiradores de esa revolución fue Inmanuel Kant, que vivía en la ciudad de Könisberg, que unas veces era rusa y otras prusiana. Kant era también un famoso paseante, pero urbano. Se dice que era tan metódico que la gente ponía en hora sus relojes guiándose por sus paseos. Esa anécdota la inventó el pastor Borowski, que escribió una biografía en la que quiso convertirlo en un santo. Pero la vida no es tan sencilla. Kant amaba la buena cocina y el buen vino, y solía comer con invitados, por lo que paseaba tras la sobremesa para hacer la digestión. Se nos lo presenta como el filósofo del imperativo categórico y el que hablaba de lo transcendental y lo inmanente, de lo bello y lo sublime. Sin embargo a don Inmanuel a veces le gustaba más lo hipotético que lo categórico, lo inmanente que lo trascendental y lo bello que lo sublime, siempre que llevase faldas, como dan fe las cartas de algunas admiradoras que leemos los cotillas.
Kant era bajito y delgado, mientras que Martín Lutero era notoriamente gordo, no sabemos si es que ya lo era de monje o engordó al casarse con Catalina. Y es que Lutero, que debía comer bien, no era un paseante. En sus sobremesas exponía sus profundos pensamientos, que fueron publicados en sus conversaciones de sobremesa, que en alemán se llaman Tischreden. Así parecen más serias, pero los alemanes no les llaman así por eso, sino porque hablan alemán. Otro gran conversador alemán fue Goethe, cuyas conversaciones fueron recogidas por Eckermann, y luego publicadas. Y esa degeneración del pensamiento alemán que se llamó Adolf Hitler, que era vegetariano, y tampoco fue un paseante, tuvo también quien recogió sus ocurrencias; fue el historiador Percy Schramm, que no fue juzgado en Nüremberg por pelmazo, como habría merecido.
«Como paseante solitario de base académico he ido tomando nota de hechos y dichos memorables… Destacaré a continuación algunos de ellos, acontecidos en el Consello de Goberno de la universidad de Santiago, bajo la égida de un rector de ciencias, Carlos Pajares, colega, amigo, y físico teórico de prestigio, y Darío Villanueva, filólogo y académico»
Un paseante sin secretario es un paseante de segunda. Eso le pasó a don Miguel de Unamuno, que no daba clases de griego andando, pero sí con las ventanas abiertas en pleno invierno salmantino, quizás porque era de Bilbao, ya que aún no habían entrado en vigor las normas del Covid, que tan entretenidos nos tuvieron. Don Miguel se hizo famoso como paseante solitario, hasta el punto de que un día se le acercó un pelmazo diciéndole que él también era un paseante solitario y que podrían pasear juntos. Podemos suponer la respuesta de nuestro catedrático salmantino. Pero fue una lástima, porque si en esos paseos hubiese hablado él, tendríamos más tomos en sus obras completas.
Como paseante solitario de base académico he ido tomando nota de hechos y dichos memorables, aunque no los ilustré con dibujos, porque no sé dibujar, como sí sabían los grandes herboristas. Destacaré a continuación algunos de ellos, acontecidos en el Consello de Goberno de la universidad de Santiago, bajo la égida de un rector de ciencias, Carlos Pajares, colega, amigo, y físico teórico de prestigio, y Darío Villanueva, filólogo y académico.
Con la renovación de la universidad que supuso la LRU hubo que empezar casi de cero. Por eso se planteó la cuestión de crear un logo para la USC, porque el sello tradicional tenía muchísimos colores y era caro de imprimir. En ese sello, que recogía el escudo, había cuatro partes o cuarteles con imágenes coloreadas que representaban a los reinos y los apellidos de los fundadores, unido todo ello a la corona real.
«Un decano de letras preguntó al rector si el cero era un número entero, porque si después de varias horas de puntuar a un candidato sus méritos se pueden multiplicar por cero, daría la impresión de estar perdiendo el tiempo…el decano de matemáticas nos aclaró que el
cero era un número entero, aunque no natural, lo que no quiere decir que el cero sea contra natura»
Una empresa diseñó un logo con la imagen de un libro abierto, formada por una raya horizontal y una curva que representaban el lomo y unos radios que representaban las páginas. La idea era que de ese libro irradiaba el conocimiento, o la luz. La universidad de la Coruña años más tarde también quiso ser luminosa y su logo fue una Torre de Hércules con el lema: Hac luce, con esta luz, explicable porque su secretario general era catedrático de latín. No sabemos qué pudo tener que ver Hércules, famoso por su hazañas heroicas, su voracidad y sus proezas sexuales, con ninguna universidad. Quizás se puso un faro como logo para decir que esa universidad no iba a embarrancar.
Hubo un problema: el logo era tal cual la mitad del escudo de la falange. Surgió el debate, algún profesor exhibió su particular dibujo, como si aquello fuese un brainstorming, o concurso de improvisaciones. El decano de derecho, que era profesor de derecho mercantil y algo sabía de logos y marcas, y que se tomaba las cosas en serio, porque además de ser de derecho había estudiado en Alemania, pidió a la concurrencia que «sacase sus pecadoras manos del sello universitario». Se pidió al representante de la Facultad de Geografía e Historia que explicase cómo se hacían los sellos y los emblemas heráldicos, que no se pueden modificar así como así. A ello añadió un ejemplo a no seguir, el del Ayuntamiento de Pontevedra, que había querido, años ha, cambiar su escudo por otro con una bombilla, por ser el primer municipio con luz eléctrica. Todo volvió a su cauce, y la luz se le dejó a la futura universidad de A Coruña.
En otra ocasión un vicerrector, que era de letras y muy reconocido en su especialidad, pero que también se había especializado en informática con aquellos ordenadores que hoy nos parecen cafeteras, presentó una convocatoria que expiraba el día 30 de febrero. En principio no llamó la atención, hasta que el decano de biología, que era profesor de genética, se puso en pie y dijo, más o menos: «se lo digo de todo corazón, créame señor vicerrector que no estoy en contra de los nuevos calendarios autonómicos, pero reconozca que es incómodo vivir a 30 de febrero cuando en el resto del mundo es 2 de marzo». El vicerrector con un rictus que contenía su ira, cambió la convocatoria.
Años más tarde bajo la égida del rector Villanueva tuvo lugar otro hecho, casi profético, que anunciaba el delirante futuro normativo de la universidad. Se presentó una normativa para los concursos de plazas de profesores que decía que tras puntuar los méritos de cada candidato se debían multiplicar por un número entero, entre el 0 y el 3. Un decano de letras preguntó al rector si el cero era un número entero, porque si después de varias horas de puntuar a un candidato sus méritos se pueden multiplicar por cero, daría la impresión de estar perdiendo el tiempo. El rector preguntó a los decanos de ciencias si el cero era un número entero, y como no estaban el decano de física, ni el de matemáticas, no supieron contestar. El decano de matemáticas había salido del salón en el que se celebraban en Fonseca las eternas juntas de Gobierno, no constando si para ir al baño, darse una vuelta o fumar un cigarro. Por suerte volvió y nos aclaró que el cero era un número entero, aunque no natural, lo que no quiere decir que el cero sea contra natura.
Fue así como el pobre cero perdió su puesto de trabajo en los concursos para profesor. El día en el que el cero se fue al paro no forma parte de la historia de la aritmética, pero sí de la de la universidad y su futura catarata de normativas. En aquellos tiempos el rector Pajares, al que llevaba la contraria en todos los puntos de orden de día el profesor Masa, catedrático de Topología, llegaron a lanzarse ecuaciones que nadie entendía en medio de la discusión sobe otra cosa. Un chico que era estudiante, que tenía que ganarse la vida y por eso era PAS (bedel), y que también formaba parte del Consello Social, recriminó al rector, que se quejaba de falta de fondos diciéndole: «eso vos pasa por mercar os F-18», que había comprado Narcís Serra. Como el rector era afín al PSOE y el representante más bien no, creyó que el argumento podría ser correcto. El rector le contestó: «a mín no me consta que a USC mercase ningún F-18».
Espero que estas curiosas observaciones pueden ser de utilidad para el entretenimiento e ilustración de quién guste leerlas.