21 junio, 2024
En mis primeros años del bachillerato, allá lejos, en los primeros sesenta, los libros de historia eran muy peculiares. Sobre todo, en lo que se refiere a la de España. Se fabulaba de una forma muy descarada. Recuerden que aquello era el franquismo más puro e insidioso y había zonas, hechos y protagonistas que no se tocaban. Por cuestión ideológica, claro. Pero había más, mucho más. Se nos obligaba a aprendernos de memoria la cacofónica lista de los reyes godos, desde luego, y a leer las tesis (o lo que fuera aquello) de José Antonio. Alguien me hizo observar, mucho más tarde, que en aquél grueso tomo del Ausente, como le llamaban los falangistas, no había una sola idea. Y, una cosa muy curiosa: así como la figura de Isabel la Católica era ensalzada como un mito incontestable (algún profesor nos decía, por lo bajinis, que era una guarra que sólo se cambiaba de ropa una vez al año), la reina Urraca de León había desaparecido prácticamente del mapa. Era un nombre más que solo destacaba por su avícola nombre. Uno podría llegar fácilmente a la conclusión de que había bastante recelo respecto a las mujeres que habían asumido un poder realmente importante en la península.
Hace muy poco, en Plaza&Janés, ha aparecido un volumen crucial llamado La Temeraria, firmado por Isabel San Sebastián, con un antetítulo que nos cuenta La épica aventura de la Reina Urraca. La primera soberana de pleno derecho en Europa.
Todos ustedes conocen de sobra a Isabel, tanto como periodista y tertuliana (ABC, El Mundo, Cadena SER, Onda Cero, Radio Nacional, COPE, TVE, Antena 3, Telecinco, Telemadrid…) o como narradora, especializada en novela histórica, y en descubrir lagunas en los relatos de nuestro pasado común. Suyas son, entre otras, La peregrina, Las campanas de Santiago o La dueña.
Pues bien. En La Temeraria (apodo que se le puso por su empeño en hacer valer con todas sus fuerzas el legado de su padre) se nos descubre, por fin, el verdadero interés (enorme, por cierto) de Urraca Alfónsez, hija de Alfonso VI y de Constanza de Borgoña, y se nos aclara que fue la primera mujer que alcanzó el título de reina (en 1109) no sólo en León y Castilla, sino en España y en Europa. Se casaría (a la fuerza, por motivos políticos impuestos por su padre) con el que llegaría a ser su peor enemigo, Alfonso I de Aragón, llamado El Batallador, que hacía honor a su nombre en todas partes, incluida su propia casa (a hostia limpia con su esposa). Tuvo un hijo, Alfonso VII, pero no de Alfonso I (homosexual consecuente, que se había casado fundamentalmente para arrebatarle el reino de León a su consorte, no por otra cosa) sino de Raimundo de Borgoña, su primer marido.
Ese hijo habría de ser rey de León, desde luego, y más tarde, en 1135, Imperator totius Hispaniae, pero ante todo, y gracias a las artes y al poder de Diego Gelmírez (por cierto, el primer impulsor de la peregrinación jacobea y factor decisivo de la catedral compostelana) y de Pedro Froilaz, tutor del infante, fue rey de Galicia.
Estamos en pleno siglo XII, uno de los períodos más sangrientos y terribles de toda la historia hispánica. Sigue la Reconquista. En el tiempo en que le toca vivir a nuestra reina, más de la mitad de la península sigue siendo almorávide (toda la zona al sur de Toledo, y cuya frontera nordeste alcanzaría Pamplona, Huesca y Barcelona, además del sur de Portugal). La vida para los que viven en los reinos castellanos es terrible. Pero para Urraca es un verdadero infierno, enfrentada a su marido o, durante algún tiempo, a su propio hijo. Eso sí: con colaboradores tan excepcionales como Álvar Fáñez, al que su querido amigo El Cid llamaba Minaya (“mi hermano”). Y tenía una capacidad muy notable como estratega, y una visión política enorme…
Un libro, pues, absolutamente necesario, y que no dejará a nadie indiferente. Y en donde, por cierto, no se nos oculta el persistente pasado de algo que todavía entonces no se había olvidado al norte de la comarca de Babia: el culto a la Diosa Madre, el legado de Huma…
O sea: una joya absoluta…