12 junio, 2024
Hoy es 12 de junio. Hace ocho meses nuestra vida cambió y ese fue el motivo por el cual estamos haciendo el Camino de Santiago. Hace ocho meses sentimos un gran vacío y aunque dicen que se aprende a vivir con ello, nosotras aún no estamos muy seguras. El Camino fue una promesa y se ha convertido en una enseñanza.
La noche de ayer fue bastante complicada. Begoña apenas durmió por el dolor que su rodilla le producía. Fue tan intenso que incluso la llevo al llantó. Pese a todo, hoy mi compañera de aventuras sacó el valor de lo más profundo de su ser y alrededor de las cinco menos cuarto estábamos saliendo de la pensión Arca. Era de noche y con linterna en mano seguimos las señales del Camino para continuar nuestra ruta. ¿Qué ocurrió? no sabemos cómo, pero entre O Pedrouzo y Amenal nos perdimos y acabamos yendo paralelas a la carretera sin ningún tipo de indicación, de noche, solas y un poco asustadas. Sin embargo, continuamos recto alrededor de quince minutos y vislumbramos un hito kilométrico que nos volvía a indicarel rumbo correcto. La noche aún era cerrada y cuando nos adentrábamos entre los árboles, mirar hacia atrás era como ver un pozo sin fondo. Estábamos solas en la oscuridad, caminando con cojera y con la intención de llegar a la capital gallega antes de las once de la mañana.
Sobre las seis y media empieza a amanecer y oímos el sonido de los aviones que debían estar aterrizando o despegando del aeropuerto de Lavacolla. En ese momento, le digo a Begoña: “¿Ves? Estamos cada vez más cerca”, intentando levantar el ánimo tras días de mucho sufrimiento.
El sonido de los aviones se combina con el piar de los pájaros, que no somos capaces de ver pero sí de escuchar.
Pasamos por Vilamaior, San Marcos y, entre tantos kilómetros, nos cruzamos con un peregrino francés que nos alcanza y nos pregunta: “¿De dónde salieron?”. Le contestamos que desde Sarria y él nos cuenta que viene desde Francia, lleva alrededor de tres meses caminando. Con entusiasmo relata que la peor semana es la primera pero después, según él, “te levantas con ganas de seguir caminando”. Tras su llegada a Santiago irá a Finisterre porque nos explica que tras tantos días merece la pena ver la costa.
Begoña se queda sin habla al escuchar los días que lleva de peregrinaje. Yo le cuento que somos novatas en esto y dice que es solo cuestión de actitud. Va a buen ritmo, así que se despide y nos deja atrás.
Se suman los kilómetros y a las nueve estamos llegando al conocido Monte do Gozo. Oímos a nuestras espaldas: “¿Cómo va esa pierna?” y no damos crédito; es el mismo peregrino que ayer nos gritaba “¡Campeonas!” al vernos en O Pedrouzo. Se trata de Antonio, es de Málaga y parece que le han puesto un cohete en los pies por lo rápido que es. Nos comenta que esta noche algunos peregrinos saldrán por Santiago. Le agradecemos la información, pero dudamos seriamente que tengamos las articulaciones aptas para una noche de juerga por la ciudad. El malagueño no pierde ritmo, se despide de nosotras y le perdemos la pista.
Entramos a Santiago alrededor de las nueve y cuarto de la mañana. Nos miramos y decimos: “Ya estamos”. Seguimos buscando las señales que indican nuestro peregrinaje hacia la catedral.
El reloj de nuestro móvil marca las 9:57 am y el gaitero que toca en el arco de la Catedral de Santiago empieza a darle vida al instrumento. Bajamos los escalones con dificultad porque tenemos las piernas doloridas. Entramos a la Plaza del Obradoiro con la música de fondo y no puedo evitar emocionarme. Gritando “¡Lo conseguimos!” y con los ojos humedecidos, miro a mi compañera con un gran orgullo. Contemplamos la majestuosidad de nuestra meta y bajamos hacia la calle Carretas 33, donde se sitúa la Oficina de Acogida al Peregrino. Cuando entramos, a las diez, ya habían llegado 193 peregrinos, el turno para que nos den la Compostela es prácticamente instantáneo, las instalaciones están muy bien organizadas y el registro es ágil. Con la Compostela en mano, nos vamos felices de la vida a tumbarnos al sol delante de la catedral.
A las doce vamos a la Misa del Peregrino (está llena hasta la bandera) y disfrutamos de uno de los mayores símbolos de la catedral, El Botafumeiro, quizás el mayor incensario del mundo. El olor del incienso se convierte en una pequeña neblina que inunda el templo. Agradecidas por toda la experiencia, salimos satisfechas. Ha sido un lujo poder disfrutar de los servicios que ofrece Viajes Camino de Santiago y haber completado todas las etapas, pese a los dolores y los momentos de incertidumbre. Nos vamos a casa con el corazón lleno y sabiendo que todo el sufrimiento, al fin, mereció la pena.