12 junio, 2024
Con la Xunta de Galicia en franca dejación de funciones para cuanto vaya más allá de la cita de las próximas elecciones y, por tanto, carente de la mínima planificación territorial que fije prioridades sociales, de ciudadanía, por encima de esos becerros de oro económicos con los que siempre la engañan (?) –y en los que no es raro encontrar un nombre amigo en el oportuno Consejo de Administración- corresponde a los habitantes de a pie poner pie en pared y, lo que es más lamentable, alertar de los peligros ciertos que se avecinan y que –de los pisos turísticos a los Altri- cuando llegan ya no queda apenas posibilidad de retrotraerse al desastre provocado.
Eso mismo, esa advertencia está llevando a plataformas vecinales del pródigo Val do Ulla a invocar el apoyo de sus alcaldes y corporaciones ante la realidad palmaria que es la masiva e indiscriminada compra de suelo rústico y de monte con la finalidad de dedicarlo a viñedo y que, sea del ámbito que resulte este primer paso, acaba siempre en manos de grandes corporaciones, cuando no en incontrolados fondos buitres. Ahí están las numerosas bodegas clásicas del albariño para refrendarlo.
Los vecinos apuntan, estratégicamente, a los evidentes daños medioambientales que tales prácticas llevan consigo y que acaso sean la mejor arma para frenar tal barbaridad a falta de mentes más lúcidas que desde las Administraciones intuyan otros daños más graves a futuro, como evidentemente suponen. Pero eso es pedirles demasiado. Y por eso centran oportunamente los vecinos su estrategia de oposición en los impactos ambientales de la tala indiscriminada de masa arbórea así como al riesgo cierto de contaminación de las aguas por, diga la ley lo que diga, el desmedido e indiscriminado uso de productos fitosanitarios en los viñedos –algún propietario reconoció a este cronista que hasta veinte “manos” en una cosecha-, lo mismo que se hizo en A Limia con las patatas, hasta conseguir que el río que da nombre a la comarca curse con oxígeno cero. Otro día hablamos de los purines limiaos.
Es tan cortoplacista esa visión de futuro de las riquezas de Galicia que justo cuando la tendencia de progreso y asentamiento rurales caminan por la senda de la huerta y los productos de calidad, la transformación agroalimentaria y el rescate de especies autóctonas, y en un valle en el que -a título de ejemplo- no hace tantas décadas se inventariaron más de 120 variedades de manzanas, se permitan nuevos latifundios de monocultivo capaces de acentuar la despoblación, atentar contra la biodiversidad, enterrar los usos y costumbres ancestrales; en fin, todo lo que da pie y constituye la particular idiosincrasia de un pueblo que, a lo que se ve, a nadie interesa que se perpetúe. Bueno, sí, a David Chipperfield y sus enseñanzas desde el Proyecto Ría que al parecer nadie escucha. Incluso la fundación Juana de Vega, otrora tan ejemplarizante, parece haber claudicado en muchos de sus postulados de antaño cuando, por poner un ejemplo, alaba las bondades del cultivo del vino por sus ¡potencialidades turísticas!.
¿Será cosa de pensar en cerrar la tan excelente y colaborativa Misión Biológica ya que se desprecia su transmisión de conocimiento en favor del rural gallego? Si la cosa va de economía y empleo, ¿para qué queremos una Consellería de Medio(?) Rural?