11 junio, 2024
Cada día nos cuesta más despertarnos para iniciar un nuevo rumbo, en esta ocasión hacia O Pedrouzo. Hoy, cuando sonó el despertador, le pedí a Begoña que por favor me diera cinco minutos más de sueño, y pospusimos la alarma. El descanso no duró mucho porque, al salir de la pensión, el reloj de la farmacia que cruzamos para iniciar nuestro peregrinaje marcaba las 6:40 am. Al salir de Arzúa no vimos ninguna cafetería abierta, y tampoco nos tomamos muchas molestias en buscar una porque teníamos un poco de frío, que se nos pasó al empezar a caminar.
Vamos al ritmo que nuestras piernas nos permiten, doloridas y cansadas de los kilómetros del día anterior. Intentamos no pensar mucho en lo que nos queda por delante, sino más bien en lo que ya conseguimos. Tras una hora caminando, nos adelanta una pareja de peregrinos que ayer nos vieron sufrir en las eternas cuestas y nos preguntan: “¿Ya mejor, no?”. Nosotras respondemos con una sonrisa en la cara y decimos que “no mucho, pero que hay que seguir”.
En el recorrido de hoy tuvimos un poco de todo. Caminamos por la naturaleza y también paralelas a la carretera, pero algo que destacábamos en nuestras conversaciones del día era la limpieza que hay en el Camino. Todos los que por allí pasan suelen ser bastante cívicos. Es maravilloso poder disfrutar de la naturaleza sin ver residuos alrededor.
A las 8:43 am paramos en el bar Casa do Hórreo y nos atiende Jesús, un señor muy amable que nos anima a seguir y nos dice que “ya no hay tantos altibajos” porque veía cómo Begoña cojeaba. Además, fue maravilloso encontrar un baño limpio, y sí, lo destaco porque es poco común encontrar un servicio en mitad de nuestra ruta y que la higiene sea buena, ya que al fin y al cabo somos muchos los que por ahí pasamos. No os podéis imaginar la sensación tan agradable que es poder tener una conversación amable y una limpieza que cumpla nuestros estándares.
Después de haber tomado nuestro café mañanero, nos encontramos con un rebaño de ovejas y Begoña intenta comunicarse con ellas (sí, el humor se apoderó de nosotras). Entre risas, mi compañera me confiesa que no le importaría tener una oveja, pero sinceramente, yo pienso que el Camino está haciendo estragos en su cabeza.
Volvemos a caminar delante de lugares con encanto, en este caso, una casa decorada con zapatillas que se han reconvertido en macetas. La vida nace en los pies. Es la combinación perfecta para ejemplificar la metáfora de que llevamos tantos kilómetros recorridos que parece que tenemos macetas en las zapatillas, con raíces y todo.
Continuamos, nos cruzamos con varios grupos escolares y caminantes que ya vimos en etapas anteriores. Oímos a un peregrino que quería hacer el año que viene el Camino desde Roma hasta Santiago. Al escuchar esto, nos miramos y pensamos en la cantidad de kilómetros que hay que recorrer y en la admiración absoluta ante su intención de peregrinar entre dos ciudades santas.
El reloj marca las doce y llegamos a O Pedrouzo. Y como si no fuera suficiente con las escaleras de ayer, hoy volvemos a tener más en la Pensión Arca. Parece una broma de mal gusto, pero no. Cuando nos informan de la habitación, nos dicen que la tenemos en la segunda planta. Obviamente, no contamos con la ayuda del ascensor. Podéis imaginaros la imagen de dos personas cojas subiendo sus mochilas a su nuevo alojamiento.
Penúltimo día y nos quedamos sin ropa limpia, así que preguntamos en la pensión, en la que ofrecen lavandería, cómo funciona. La mujer encargada nos dice que el servicio cuesta diez euros por persona. Le damos las gracias por la información, cogemos nuestra bolsa de ropa sucia y nos disponemos a buscar una lavandería autoservicio por la pequeña localidad. Nos negamos en rotundo a pagar tanto. Caminando, nos cruzamos con un barrendero y le preguntamos por la autolavandería más cercana; nos indica una y allá vamos.
Antes de llegar, nos cruzamos con un joven peregrino que, al vernos, nos grita “¡Campeonas!”. Nos reímos. Antes de entrar a O Pedrouzo, nos lo habíamos cruzado y había mostrado interés por saber como estaba la pierna de mi compañera Begoña y si se veía capaz de llegar… de ahí la gran celebración del extraño al vernos por la zona. La alegría es compartida.
Hace aproximadamente tres años entrevistaba y escribía las anécdotas e historias de muchos peregrinos que llegaban a la capital gallega, ahora, estando en el último tramo de esta aventura, me acuerdo de cada una de esas personas. Por fin entiendo a lo que se referían cuando decían que el Camino “te enseña”. Porque lo hace, sin embargo, es difícil de comprender del todo si no lo vives. El Camino de Santiago es la vida misma: aparecen y desaparecen personas a lo largo de tu vida, algunas pueden quedarse y darte una buena conversación, otras simplemente saludar y seguir su ruta. Cada uno va a su ritmo y se propone sus propias metas. Nadie se compara porque hay que vivir la vida, cada uno la suya. Los descansos también te enseñan que no importa lo temprano que salgas o lo rápido que vayas, lo importante siempre es llegar. Mi madre, cuando era pequeña, me decía “esto es una carrera de fondo” y ahora, con la edad que tengo, recuerdo esas palabras con un cariño enorme porque yo no lo sabía, pero me estaba dando claves para ser feliz. Mañana llegaremos a Santiago, seguramente más doloridas que hoy pero os contaremos cómo va todo.