10 junio, 2024
Amanecemos a las cinco de la mañana. Hoy toca despertarse más temprano de lo habitual porque tenemos por delante un día duro, con treinta kilómetros de caminata. Miramos a través de la ventana de la pensión y aún es de noche. Ya se van notando los kilómetros acumulados y las rodillas están resentidas, pero salimos con mente positiva.
Empezamos a caminar sobre las seis y, a los veinte minutos, vemos una cafetería abierta. Nos miramos y decidimos entrar a tomar café. Nuestra parada no dura mucho porque, en cuestión de minutos, retomamos la ruta.
Los pajarillos nos dan los buenos días mientras amanece y nosotras empezamos a hablar de la vida y a recordar anécdotas. Nos cruzamos con un grupo de jóvenes que son de Córdoba y nos desean «Buen Camino» mientras van a paso ligero.
Hoy la temperatura ha mejorado y lo notamos en la cantidad de capas que llevamos puestas. Sobre las ocho y media decidimos parar para ir al baño y tomar un trocito de bizcocho. Continuamos nuestro peregrinaje y, al ver el puente de San Xoán de Furelos, pido parar porque mi rodilla no está dando tregua alguna. Pasan las horas y hacemos mini paradas para capturar la aventura en fotos (nunca habíamos usado tanto el temporizador del teléfono como estos días).
Sobre las diez de la mañana estamos ya por Melide y, al llegar al centro de la ciudad, nos encontramos con el “bailarín” del primer día (sí, el que danzaba en una explanada sin preocuparse del qué dirán). Se encontraba descalzo bailando, hoy con un look nuevo: camisa azul de flores y pantalón corto azul marino. Su danza no dejaba indiferente a nadie, y una señora, mientras desayunaba en la cafetería de enfrente, empezó a grabarlo con su móvil (aparentemente el desconocido bailarín se sentía bastante cómodo siendo el centro de atención). Por otro lado, Begoña, al llegar a Melide, en tono de broma dice “por fin, civilización”, pero la alegría duró poco porque salimos del centro a paso firme, dejando atrás al danzarín.
Volvemos a estar rodeadas de verde y nos alcanza una pareja de peregrinos que nos dice que “por detrás parecéis gemelas, camináis igual y tenéis la misma rodilla dolorida”. Nos reímos mientras recordamos que no es la primera vez que nos hablan de nuestro parecido. Ahora bien, nunca nos habíamos puesto de acuerdo para tener las mismas dolencias, eso sí era una novedad.
Alrededor de las once hacemos una parada para comer un par de bocadillos que nos preparamos ayer antes de dormir, y retomamos la ruta. Desde las doce hasta las tres, podemos asegurar que no hubo fotos, tampoco mucha conversación, sólo lamentos, ganas de llorar y mucho dolor de espalda, piernas y rodillas. Durante el trayecto, un peregrino que caminaba con dificultad le preguntó a Begoña si estaba bien porque ella ya empezaba a cojear al caminar, y sin querer preocupar mucho al hombre, mi compañera le dijo que “sólo era cansancio”. Me enterneció ver cómo una persona que también sufría en la peregrinación se preocupaba por una joven que cojeaba, un gesto muy humano que a veces en el día a día no valoramos o quizás no vemos tanto. El Camino logra sacar el lado más humano y real de muchas personas.
Tras un par de kilómetros, tuvimos que hacer una parada en uno de los bares que se encuentran en mitad de la nada porque Begoña no era capaz de seguir caminando con los desniveles que nos íbamos encontrando. Mientras yo me tomaba un Kas naranja, mi compañera lloraba y decía que no era capaz de continuar. Durante unos minutos yo también quise llorar, pero no podía desmoronarme delante de ella. Teníamos que seguir, llevábamos más de la mitad y sólo era cuestión de tres kilómetros más hasta la Pensión Begoña (en Arzúa). Llegadas a tal punto de dolor, nos planteamos llamar al teléfono de asistencia 24 horas que ofrece Viajes Camino de Santiago (un número de atención para emergencias sanitarias, cosa que agradecemos, sin embargo, sacamos energía de donde no teníamos y finalmente no llamamos), además de brindar un seguro de viaje. Una agencia en la que confiamos porque piensan en su clientela y tienen previstos todo tipo de escenarios que se pueden dar durante El Camino.
Después de la parada, salimos del bar y seguimos caminando. Subiendo y bajando sin parar hasta llegar a caminar “en plano” y vislumbrar cómo nos aproximamos a Arzúa. Al llegar a la puerta de la pensión no nos lo podemos creer: ¡escaleras!. En ningún alojamiento de los que hemos estado hemos tenido que subir escaleras, pero hoy, justamente hoy, nos toca subirlas. Pues bien, subiendo escalones de uno en uno conseguimos llegar al mostrador de la primera planta y hacer el check-in. Abrimos la puerta de la habitación y nos tiramos en la cama como si jamás hubiésemos visto una. Tras un rato en ella, decidimos coger fuerzas para salir a comer. Caminamos unos metros y vemos una cafetería con un toldo verde donde pone “platos combinados” y ahí vamos de cabeza.
Mientras esperamos la comida, ambas nos decimos “lo hemos conseguido”, y tras comer le admito a Begoña que tuve más momentos de flaqueza de los que le quise admitir.
Hace unos años vi una camiseta que ponía “sin dolor no hay gloria”; hoy, más que cualquier otro día, entiendo el significado de ese souvenir. Mañana nos espera O Pedrouzo, menos kilómetros y esperemos que una mejora física. Seguiremos informando.