Cáritas: importan las cifras, pero mucho más las personas

Imbuidos de un elogiable espíritu de transparencia, acentuado en los últimos años cuando se descubrieron en España verdaderas estafas bajo las siglas de alguna pretendida ONG, Cáritas, tanto a nivel nacional como desde la Diócesis de Santiago, ofrecen cumplida cuenta de la memoria del año precedente, en la que dan cuente de un más que minucioso relato de entradas y salidas, ingresos y gastos, acompañados de los clarificadores gráficos que avalan, efectivamente, la exigible transparencia y, si me apuran, hasta representan un ejemplo de excelente forma de llevar la contabilidad, lo que no abunda, precisamente, en muchas otras instituciones públicas. Ni en transparencia ni en números claros.

En Santiago, dicha misión correspondió, días atrás, a Santiago Fernández González y Pilar Farjas Abadía, delegado episcopal y directora diocesana, respectivamente, de la organización que tiene como norma y servidumbre el servicio a los necesitados.

Como grandes titulares apuntaron que durante todo el pasado año Cáritas diocesana atendió a más de 20.000 personas y más de 44.400 resultaron beneficiarias de las ayudas de la entidad.

Señalaron, asimismo, y es bueno recordarlo, que en un 30 % Cáritas se nutre de la ayuda directa de particulares y sólo un 27 % se corresponde con ingresos de las Administraciones públicas.

En cuanto a los ejes principales de actuación, se centraron en necesidades básicas (3.139 personas), vivienda y hogar (745 personas), empleo digno (3.139 personas) y soledad no deseada (2.631 personas).

Destaca también el dato de que el 49,84 por ciento se correspondía a migrantes no comunitarios. Sin duda, un dato incontrovertible más que deja a las claras la manifiesta inhibición de las autoridades gubernativas a la hora de establecer adecuados planes de inmigración y de la evidente falta de regulación generando necesidades cuya atención solo es posible desde el campo de la solidaridad de organizaciones como Cáritas.

Hay que agradecer, en efecto, la publicación de estas cifras para los más desconfiados y, aún, en cuanto suponen el más eficiente argumento para marcar la “X” de la Iglesia en las declaraciones de la renta. “X” que no va contra nadie y únicamente sirve para sumar más ayudas a los proyectos solidarios.

Pero el cronista echa en falta y por eso se lo pregunta ¿por qué Cáritas no difunde, allí hasta donde le permita el derecho a la intimidad de los beneficiados, esa otra cara más humana y a pie de calle de su trabajo? La que se estimula y se despliega ante la necesidad ajena sin preguntarse si hay dineros para afrontarla porque, como reza la máxima del Cottolengo santiagués, Dios proveerá. Y milagrosamente, siempre es así.

En unos difíciles tiempos en que la pobreza en España sigue escalando puestos hasta situarnos entre los tres países con mayores índices a causa de una nefasta política económica, ¿Costará tanto marcar una cruz en la declaración de la renta capaz de llevar una sonrisa a cualquier niño de nuestros arrabales? ¿Qué sirva para devolverle la dignidad secuestrada?