9 junio, 2024
Suena el despertador a las seis de la mañana y lo primero que pensamos es: “por favor, cinco minutos más”. Sin embargo, mi compañera de viaje, Begoña, me llama la atención y procedo a deambular por la habitación con un ojo abierto y el otro medio cerrado. Nos vestimos, comprobamos nuestros víveres para la caminata de hoy y salimos de la pensión en busca del primer café del día.
A las siete de la mañana ya estamos saliendo de Portomarín en dirección a Palas de Rei. Nos cruzamos con algunos peregrinos mientras subimos una cuesta que nos deja sin aliento y, al pasarla, nos sentimos aliviadas por superar nuestro primer obstáculo del día.
La mañana transcurre en calma, aunque hoy hace más frío que ayer y el viento nos congela la cara, tanto que podría definirse como lo más parecido a un lifting natural. Alrededor de las 8:25 am, nos cruzamos con un coche de la Guardia Civil y Begoña procede a saludar con entusiasmo, esperando un saludo de vuelta, que recibe. Nos reímos. Deben de estar acostumbrados a ver todo tipo de peregrinos. Los más tranquilos y otros como nosotras que tratamos de disfrutar a pesar de los dolores y el cansancio. Tenemos tramos largos en los que caminamos paralelas a la carretera y se nos hace un poco más aburrido, pero eso no es excusa para nosotras. Begoña reparte los dos auriculares inalámbricos, cada una se pone uno y empieza la fiesta con música de todo tipo. Durante un par de horas suenan canciones variadas, desde Camilo, Tini, Fredi Leis hasta Paula Mattheus, entre otros.La vida es un baile y hay que bailarla de la mejor manera: con alegría, y eso es justo lo que tratamos de hacer este domingo.
Perdemos la noción del tiempo y pasamos por una casa en la que podemos intuir que su propietario es un gran fan de la tala de madera, porque en la entrada podemos observar figuras como un oso, un tren y hasta un señor de tamaño real. Eso se llama talento y lo demás tonterías.
Proseguimos con nuestra peregrinación y delante de nosotras tenemos a un asiático que ha creado su propio sistema de “secado de ropa” particular. Dos pinzas agarradas a la mochila sostienen un par de calcetines, una manera muy hábil de ahorrar en lavandería. Después de esta curiosidad, casualmente empezamos a ver calcetines sin pareja a lo largo del camino: uno verde, otro rojo… al parecer, el asiático que nos cruzamos no fue el primero en pensarlo.
Miramos el reloj porque los pies empiezan a doler y las piernas nos dan señales de flaqueza. Pasa lo que tenía que pasar… comenzamos a desvariar entre risas. Begoña (en tono irónico) me dice que no le importa que la atropelle un camión de los muchos que nos pasan cerca. Casualmente, cuando lo dice, nos cruzamos con uno de la marca President, conocida por sus quesos. Aquí es donde viene el chiste: mi compañera es intolerante a los lácteos, por lo que su respuesta es “hubiera muerto por dos, una por el atropello y otra por mi intolerancia a los quesos”. El resultado de estas declaraciones no puede ser otra que unas largas carcajadas que me producen hipo. Todo esto ocurre sin parar de caminar, pero llega el momento en el que escuchó un grito de “¡Tiempo muerto!”. Es Begoña implorando descanso, y su cara es como el cuadro de El Grito, del noruego Edvard Munch, en el que se puede apreciar la desesperación en cada una de sus facciones.
Aquí empezó mi arduo trabajo de ánimo incesante ante el agotamiento de mi acompañante, frases estrella como “la vida es un paseo así que nos toca recorrerlo” o “venga, ¡tú puedes, ya no queda nada!”. En realidad todavía nos quedaban unas cuantas horas de caminata, pero no era el momento para recordarlo. Entre lamentos, nos alcanza una de las peregrinas que ayer vimos en algún punto del recorrido entre Sarria y Portomarín. Se trata de Bea, una joven madrileña que hace el camino sola y comienza a darnos conversación, preocupada por las quejas de Begoña.
La charla se hace tan amena que sin darnos cuenta llegamos a Palas de Rei y los veinticinco kilómetros del día están superados.
Una vez instaladas en la pensión A Fonte, solicitamos nuestras mochilas. El señor encargado de darnos la habitación nos comunica que aún no llegaron, así que hoy adelantamos al transportista. Mañana nos toca una caminata de treinta kilómetros, cinco kilómetros más que hoy. Arzúa nos espera y estamos muy cerca del ecuador de nuestra aventura.