8 junio, 2024
Hoy, sábado 8 de junio, iniciamos nuestra aventura en el Camino Francés desde Sarria. Aunque a decir verdad, ayer ya descubrimos nuestra primera lección como peregrinas novatas: no poner las mochilas encima de la cama. ¿El motivo? no sabes dónde pueden aparecer las chinches, ya que las mochilas (nuestras fieles salvavidas en una aventura en la que sirven como «kit médico», armario, mini cocina, en fin, llevamos una vida en ellas) están expuestas a todo tipo de superficies y hay que tener cuidado de dónde se apoyen. Sin embargo, la persona encargada de darnos la bienvenida en la pensión Siete en el Camino (Sarria) nos confirma que no les consta ningún episodio con este conocido insecto (al menos en esta temporada) y nos desea a mi compañera Begoña y a mí un buen Camino.
Suena el despertador sobre las 06:15 am y antes de iniciar ruta, nos tomamos el primer café para despertarnos como es debido. Comienza nuestra salida en Sarria y desde bien temprano, uno de los bares que ofrece desayunos a los peregrinos tiene a todo volumen a Juan Luis Guerra cantando ‘Bilirrubina’. No hay mejor manera de comenzar el Camino que con un buen merengue, sí señor.
La mañana se presenta tranquila, aparentemente sin lluvia (aunque la previsión era de un 60%). Llegamos a la parroquia de Vilei y allí vivimos nuestra primera experiencia agridulce. Hacemos una mini parada en la tienda de souvenirs y nos llevamos la sorpresa de que el dependiente nos obliga a comprar algo para ponernos el sello que constata que estuvimos allí. Mientras abandonábamos el establecimiento, el señor tras no haber conseguido su objetivo de que le comprásemos algo, nos llama “sinvergüenzas”, (muy irónico todo). Esta desagradable anécdota nos hizo ser conscientes de que hay personas que se aprovechan de los turistas para hacer dinero y mienten al decirles que sin compra no puede haber sello. Sin embargo, vivimos la otra cara de la moneda cuando llegamos a O Mosteiro y la voluntaria de la iglesia nos recibe con una sonrisa que ilumina el santuario. Nos sella la credencial y nos anima a continuar nuestra peregrinación.
Las vistas según avanzamos son maravillosas, incluso se nos cuela una nueva amiga, una vaca, que encabeza la vacada que le sigue.
Nos cruzamos con bastantes peregrinos a lo largo de la mañana, una pareja italiana, un grupo de mujeres canadienses, distintos grupos de asiáticos, bastantes personas de habla anglosajona y un matrimonio de Sevilla que se ofrecen a hacernos una foto para el recuerdo.
Cabe destacar que, mientras disfrutamos del canturreo de los pájaros y logramos llevar con elegancia el olor a estiércol impregnado en el ambiente, al fijarnos, nos encontramos mensajes en trozos de madera o piedras como “+amor -miedo” o “suelta el lastre que no es tuyo”.
Llevamos más de la mitad de la primera etapa recorrida y nos topamos con una pequeña capilla, donde los caminantes pueden orar, descansar o simplemente contemplar los mensajes de quienes por allí pasaron.
Mientras caminábamos, respiramos calma y paz por llegar a la ciudad del campo de la estrella, nuestra querida Santiago de Compostela. Agradecimos que la agencia Viajes Camino de Santiago nos hubiese ofrecido la opción de llevar a nuestro próximo destino la mochila en la que guardábamos todas nuestras pertenencias, permitiéndonos utilizar una más pequeña durante el trayecto para evitar dolores de espalda que requerirían una visita al fisioterapeuta tras la experiencia. Pero, como no todo va a ser andar, ¿qué sería el Camino sin alguna que otra anécdota? Pues bien, la autora de estas líneas se queda perpleja cuando de repente escucha una música muy sutil y, justo a continuación, apareció un hombre vestido con camisa rosa y pantalón corto marrón danzando en una mini explanada de piedras. El hombre fluía al ritmo de la música sin importarle quién pasase por ahí, viviendo el momento y dando una lección, sin saberlo, de que la vida es aquí y ahora, y de que los prejuicios de la gente no deberían ser amargura ni tristeza alguna si lo que haces te genera felicidad.
Tras este episodio, continuamos nuestra peregrinación sonriendo, sin demasiada conversación para disfrutar del momento. Antes de llegar a la aldea de A Parrocha, nos detenemos en un pequeño refugio donde otra lección de vida nos espera: una página enmarcada con el título “Una sonrisa no cuesta nada y produce mucho” nos explica que una simple sonrisa enriquece a los que la reciben sin empobrecer a los que la dan. Un gesto de amabilidad que puede significar más de lo que pensamos.
En este lugar, también pudimos observar cintas de colores, una bandera de Colombia y distintas pertenencias personales de algunos caminantes, quienes han dejado su huella. Supongo que se tratará de un gesto para lograr sacar una sonrisa a los que pasemos por allí.
Estamos cada vez más cerca de llegar a Portomarín y cumplir la primera etapa del Camino Francés. Sigue sin llover aunque el día está gris, esto nos hace pensar en los momentos complicados de la vida, en los que nos sentimos desanimados, frustrados, hasta cansados de tantas vicisitudes, pero al final todo pasa.
Un conocido refrán dice que «no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo aguante», y debemos aferrarnos a que será así, como cuando a mi compañera Begoña y a mí nos tocó atravesar un tramo rocoso, estrecho y de poca movilidad. Sin embargo, pudimos superarlo con paciencia y pisando firme. Tras este pequeño imprevisto, contemplamos a lo lejos Portomarín. Estábamos llegando a nuestro destino.
Un peregrino italiano, al pasar junto a él mientras se hacía una fotografía, nos dice: “Chicas, tenéis que tocar la campana, habéis llegado a Portomarín”. Así que ahí nos encontrábamos, tocando la campana da liberdade, dejando constancia de que habíamos cumplido con nuestro objetivo del día. Veintitrés kilómetros que han valido la pena.
Ahora toca descansar. La Pensión Arenas Porto nos espera, al igual que nuestras mochilas, gracias a los servicios de transporte de Camino de Santiago, por trasladarlas con tanta celeridad. Mañana, el despertador volverá a sonar y un nuevo día de caminata y anécdotas nos espera.