4 junio, 2024
Días atrás, representantes y miembros del colectivo de ucranianos acogidos en Compostela acudieron al Consistorio para expresar el doble sentimiento que resume sus, en algunos casos, ya cerca de 800 días de presencia en Compostela desde que tuvieron que dejar atrás su país y su vida en plenitud por la invasión de Rusia sobre sus vidas y haciendas.
Esa doble sensación que expresaron tiene, en primer lugar, un claro componente de gratitud por haber sido acogidos y estar atendidos en sus primeras necesidades. Pero a poco que el relato vaya entrando en detalles, es fácil observar cómo esa gratitud se corresponde, una vez más, con la sociedad civil, bien a título individual bien organizada en colectivos solidarios. Así, los Padres Saletinos que gestionan el Monte do Gozo –donde están acogidas 23 familias con 16 niños-, Cáritas con sus ayudas económicas, el Banco de Alimentos que les dona la comida y Eroski, señalan, por todas las contribuciones. Añaden que mucha de la ayuda es de particulares, así como de los voluntarios. Y no lo dicen, claro, pero la pregunta es obvia ¿Y los poderes públicos?
Pasados los primeros momentos de conmoción y el oportunismo que para todo poder público supone hacerse la foto, la situación del día a día va diluyendo aquella prometida solidaridad una vez que la tragedia cobra tintes consuetudinarios. Pasa con el apoyo bélico a las tropas ucranianas que se defienden del invasor y pasa, como vemos, con las familias acogidas en aquel enfervorizado espíritu solidario devenido en abandono.
Pero, lo dejaron claro en el Ayuntamiento, no piden limosna sino oportunidades, no quieren caridad sino posibilidades de ganarse un salario digno. Y quieren también tener oportunidad de integrarse en los colectivos ciudadanos, formar parte de la ciudadanía de un pueblo a lo que se ve tan acostumbrado a verse invadido por foráneos como impermeable a incorporarlos a su vida en común. Desde luego, no es buena ayuda la reclusión de esas familias en una especie de gueto, por más que la falta de otras alternativas lo convierta en el menor de los males. Pero ¿no cabe una responsabilidad mayor por parte de la municipalidad? ¿Las oficinas que se llaman de promoción del empleo no tienen un atisbo de lucidez como para saber aprovechar ese capital humano deseoso de realizarse desde el trabajo ante las evidentes carencias de mano de obra que se dan en tantos sectores de la ciudad? ¿Tan difícil es armonizar oferta y demanda, sabiendo que aquélla no da cubierto ésta? ¿No es, precisamente, la vía del trabajo y convivencia la mejor forma de integrarse como lo logran rápidamente sus hijos en las experiencias convivenciales que suponen los centros escolares? ¿Es tan difícil organizar actos que permitan su visibilidad y la constatada facilidad de los ucranianos para integrarse en sociedades que en principio podrían resultarles ajenas? ¿Lo seguiremos dejando todo en manos de asociaciones de índole religiosa o civil?