11 mayo, 2024
A pesar de que oficialmente la exhumación de los abogados al margen de la ley se haya intentado contener, como un asunto privado que solo concierne a sus familiares, desde la víspera, el rumor sobre los Malditos Togardos le quitó las ganas de asistir al teatro a todo Dios. Pero empeñados los organizadores en no suspender el acto bajo ningún concepto, la Entrega de la Toga de Oro se llevó a cabo ayer mismo, según lo previsto. Lo malo fue que, a la primera ocasión que se pronunció en voz alta la palabra Mutualidad ¡zás!, medio metro de yeso finamente estucado se vino abajo sobre el patio de butacas del Teatro Campoamor, con gran sobresalto de los sobrecogidos asistentes. Pero, con todo, lo peor es que hoy ¡los perros no ladran!. Los veinticuatro canes utilizados para rastrear a los togados espectrales, han roto a hablar y la noticia ha provocado un general auto confinamiento cautelar de la población ovetense, a la espera de que todas estas cosas se aclaren definitivamente.
Porque el caso es que no lo hacen al tuntún, no; no se trata de que los perros hablen abiertamente, así como si tal cosa y que cualquiera pueda oírles, que va! A lo que parece, lo harán entre ellos y con una reserva y un pudor digno, ya no de seres sintientes, si no de gente con mucho sentido y como si tuvieran cosas que ocultar.
El asunto tiene tanta enjundia que según el Diario La Nueva Asturias de hoy, se ha constituido un llamado Gabinete de Crisis en la casa consistorial. ¡Esto ye el acabose”! gritaba una vendedora en la Plaza de El Fontán, viendo el mercado desierto.
Cuánto mejor habría sido suspender el dichoso acto, hasta que las dudas sobre el asunto de los Malditos Togardos se hubiesen disipado. Porque, vale que el Teniente de Alcalde, que oficiaba de maestro de ceremonia y anda a la caza de votos, la Señora De Rota, porque le va en el sueldo y el Decano, por definición, tuvieran que hacer de tripas corazón para asistir. Excuso que hubieran de hacerlo los homenajeados, sus familias y algunos amigos. Pero, en cuanto al resto, cómo pedirles que se arriesgaran a participar, quién no iba a sentir un cierto repelús ante los rumores del asalto de los espectros, no por improbable menos justificado. Quién no iba a experimentar sentimientos de solidaridad con los espíritus errantes de compañeros de toga, aunque alguno de ellos arrastrase fama de masón, radical o antisistema. Cómo no sentir vergüenza de que le vieran a uno forzado a estar sentado en aquel patio de butacas, cariacontecido y aplaudiendo a los representantes de la Santísima Trinidad de la Abogacía* que, por lo visto, resultaban culpables de haber causado tanta humillación y dolor, como para que un puñado de probos abogados salieran de sus tumbas en Santa Compaña y vagasen por la vetusta ciudad como un Turno de Oficio de Tinieblas. Mientras sus familiares y amigos lloraban porque, ni muertos, pudieran los pobres descansar.
Y, dadas las circunstancias, a qué mentecato se le ocurrió la idea de forzar in extremis la asistencia de aquel centenar de personas, comprometidas por motivos poco confesables y alentarles a dejar en el guardarropa del Campoamor todo lo que pudiera incomodarles, ya fueran prendas de abrigo, el miedo que tanto les retenía o las conciencias de los que exhibían prejuicios de última hora, intentando quedar bien con todos. Tal fue la precipitación y el desastre de organización, que los canes tan atropelladamente adiestrados, entraron hambrientos en el teatro arrastrando a sus guías y, ansiosos por la infructuosa búsqueda de materia inorgánica, terminaron devorando en un santiamén todo cuanto de comestible encontraron en el guardarropa, antes de emprender la retirada.
Por supuesto que la accidentada ceremonia se precipitó y la salida del teatro fue un alivio. La concurrencia se dispersó discreta y rápidamente por la Plaza El Carbayón, directos a sus casas, huyendo de pararse a comentar el incidente y menos mentar el asunto de los espectros. Pero esta mañana al despertar, la pesadilla inacabable se ha apoderado de todos. Unos por las prisas, otros por su natural despiste y los más porque nada necesitaban para irse a dormir, se olvidaron de recoger sus pertenencias en el guardarropa y hoy se han levantado presa de severos episodios de afasia discontinua, incapaces de verbalizar conceptos morales, afectos o lealtades y con dificultad para expresarse sobre otras áreas del conocimiento. El Gabinete de Crisis se ha visto obligado a requerir a la Oficina de Objetos Perdidos; pero si bien los miedos se han recuperado con cierta facilidad, las conciencias no terminan de aparecer.
Tanta desgracia sobre esta clariniana ciudad oscurece la razón, es tan fácil como temible caer en el abismo de la obsesión injustificada, pero en verdad que en éste caso ya solo cabe pensar en los perros:
¿Por qué hoy los perros andan tiesos y con el rabo entre las patas? Es más, ¿por qué los perros no ladran? Y si los perros que hablan, hablan y si hablan lo hacen en voz queda, como si tuvieran algo que ocultar, será necesariamente porque se hayan comido parte de alguna de esas conciencias extraviadas. Y ¡vive Dios! que esta Noble, Leal, Invicta y atribulada ciudad, no volverá a ser nunca jamás la misma, hasta y mientras que, tan preciados bienes sean cabal y definitivamente recuperados y puedan los perros ladrar y los abogados, por fin, descansar en paz.