17 abril, 2024
La calle de la Algalia se conviertió en arroyo saltacharcos cuando llovió hace semanas y ahora que solea es encuentro para vecinos. Montse, Eleutino y Clara me han transmitido pésame por Javier d’Ors en cruces de chiripa. Yo veía pasar al profesor d’Ors camino de la Facultad durante años, gabardina larga de moda pasada, paraguas doblado al brazo, cuatro de la tarde. Conviví con él y me parecía reservado y adusto. Se murió el pasado 20 de marzo y me llegan testimonios de su acogedora afabilidad. He mencionado vecinos de barrio: una lo era además de parada de autobús, ‘era amable e interesado por lo mío’; otro fue alumno hace décadas: ‘me preguntaba por Merche y por los tres niños, cuyos nombres recordaba’; Tino era de otro grupo en la facultad e iba a las clases de Javier d’Ors por lo buenas que eran; Clara es la farmacéutica de la calle: ‘era cliente agradecido, preguntaba con afecto por mi madre. Esa otra antigua alumna extranjera me cuenta que acudió abatida a su despacho ‘No salgo adelante, necesito que me ayude, profesor d’Ors’, y él lo hizo hasta el lecho del hospital. Alumnos, colegas y conocidos, simultáneamente a su reputación de Profesor de Derecho Romano súper exigente.
Mejoramos después de muertos, decimos cínicamente. Y aprendemos de ellos cosas que ignorábamos de vivos. He ensanchado cabeza y corazón después de llorar al Javier muerto.
La Algalia de Arriba, arroyo torrentero con lluvia, lugar de saludos noticiero cuando está seco. Anteayer, ocho de la mañana, desembocaba en la plaza de Galicia y saludé a Paco y a Cele; aquel iba a abrír la oficina de su banco, este la puerta de su Facultad: este es el bedel; aquel otro es jefecillo de la sucursal. Empezaba otro día de guerra en Israel-Gaza, ahora más Irán. Ucrania bajo fuego. Hay esperanza. Estos viandantes de la calle compostelana mantienen la paz en el mundo.