2 abril, 2024
La magia del Camino de Santiago transforma a las personas que lo recorren. Y más allá de la devoción hacia el Apóstol, el reto físico, la fé y las promesas, las experiencias que se viven durante la peregrinación son el sello más poderoso que nos llevamos de recuerdo. Pero en algunos casos, la emoción del objetivo cumplido termina por completarse con el regalo inesperado del amor. Un sueño de invierno que comenzó a construirse en un encuentro fortuito entre Florencia, una peregrina argentina y Martín, un vecino de Padrón que se cruzaron de casualidad una noche de tormenta y no se separaron nunca más. La sorpresa del encuentro pronto se convirtió en ilusión y 15 años después de ese día, ambos siguen enamorados, felices y viviendo juntos en Buenos Aires, razón que nos llevó a conocerlos.
Martín nos cuenta que nunca habría imaginado que ese momento cambiaría su vida para siempre. “Eran las 9 de la noche de un viernes frío y lluvioso de invierno. Lógicamente no había nadie en la calle; los días de enero siempre me parecieron tristes, hasta que la ví a Florencia. Se notaba que era peregrina y venía directo hacia donde estaba sentado descansando. Me puse algo nervioso, hasta que se acercó y me preguntó dónde podía cenar comida típica gallega. ¿Enxebre?, le pregunté con picardía y se quedó callada sin entender mi respuesta. Comencé a reír, nos pusimos a conversar, la acompañé a un bar y mira ahora: pasaron 15 años y seguimos juntos. Dejé todo por ella y no me arrepiento para nada, aunque ha sido una experiencia que tuvo momentos muy difíciles de sobrellevar”.
Florencia asiente con una sonrisa, acaricia la barba de Martín y continúa el relato. “Yo había viajado a hacer el Camino en una búsqueda espiritual, para reencontrarme conmigo misma y con mi yo más íntimo. ¡Pero terminé encontrándolo a él! Mucha gente me había comentado que el Camino es una experiencia única, pero jamás supuse enamorarme en Padrón, un lugar que jamás había visitado. El día que nos conocimos me encantó su humor irónico, que mucho tiempo después supe que llamaban retranca. Ya habíamos charlado mucho y aunque el sentido de la peregrinación no tenía nada que ver con relacionarme con algún hombre, me moría de ganas de seguir conociéndolo. Al final, le terminé pidiendo que me acompañe a cenar”.
Cuentan a dúo que en esa cena la pasaron de maravillas, pero los tiempos durante las etapas suelen ser bastante estrictos. “Ya era muy tarde y al día siguiente tenía que seguir caminando. Me quería quedar con él, pero mi promesa ya estaba hecha; debía continuar. La despedida fue extraña: aunque recién nos conocíamos, pensé en darle un beso pero no quería que se enoje el Apóstol” dice Florencia y ambos estallan a carcajadas. “Hablando en serio -continúa- era un recorrido de fé y no tenía sentido que pasara algo entre nosotros ese día, aunque me muriera de ganas. Intercambiamos nuestros teléfonos, nuestros mails y prometimos volver a vernos, pero yo sabía que luego de llegar a Santiago tenía pasajes para volver enseguida a Argentina. Lo abracé muy fuerte y me fuí al albergue público de peregrinos de Padrón: apenas crucé el puente me puse a llorar, pensando que iba a ser un amor imposible”.
Pero una llamada en el momento indicado aceleró el sueño. “Apenas terminé la última etapa y finalmente llegué a Santiago, después de tocar las rejas de la Catedral y mientras estaba arrodillada en la plaza rezando y agradeciendo, empezó a vibrar mi celular. Estaba tan emocionada que no atendí, pero después, vi que había dos llamadas perdidas: una de mi hermano en Argentina y otra de Martín. Me explotaba el corazón de los nervios; recién había llegado y ya me estaba llamando, pero al día siguiente tenía el boleto de avión para la vuelta. Ya casi anochecía y no sabía que hacer”. Allí es cuando interrumpe el relato Martín y siempre divertido, amplía que “ella no me quería atender, pero al final no pudo resistirse a mis encantos. Volví a llamarla una y otra vez, le dije que quería verla de nuevo antes de su viaje de regreso y aceptó. Enseguida llamé a un amigo para que me llevara hasta el hotel, en la Rua das Galeras. Nuevamente fuimos a cenar y en ese momento supe que era la mujer de mi vida. Caminamos por La Alameda y le pregunté si podía besarla. Me dijo que sí y fue una de las sensaciones más hermosas de mi vida”.
A la mañana siguiente Florencia tomó el tren a Madrid para abordar su vuelo a Buenos Aires “con la Credencial del Peregrino marcado por el amor” y Martín no pudo acompañarla. “Yo trabajaba todos los días en la charcutería de un supermercado en Padrón y mi salario era muy bajo. Mi nai, una mujer dulce y amorosa, había fallecido hacía poco y mi padre enseguida formó pareja con una señora de Sevilla con quien me llevaba muy mal. Siempre he tenido problemas con ella, será por eso que me caen mal los andaluces. ¿Te digo la verdad? Antes de conocer a Florencia me sentía absolutamente solo y triste. Estaba mal en el trabajo y con mi familia. Solo contaba con mis amigos; todo lo demás en mi vida eran problemas”. Flor vuelve a acariciarlo y retoma la historia. “Nunca dejé de pensar un segundo en él. Las charlas se mantuvieron por teléfono y por mail: nos escribíamos poemas, nos dedicábamos canciones. Nunca se me hubiera ocurrido que se animara a vivir en Argentina y él tampoco me lo decía, pero a mi me encantaba la idea. A los tres meses de charla diaria a la distancia, me contó que estaba intentando ahorrar para venir a visitarme. Le respondí que si venía, no lo iba a dejar volver a Galicia nunca más”.
Florencia, que con su trabajo como abogada tenía un buen nivel de vida, terminó comprando el pasaje de Martín, pero con una sola condición. “Se lo dije en serio y no me avergüenza: si venía no iba a poder sufrir otra vez una despedida, así que le pedí que se quede a vivir conmigo, en mi casa”. Martín jura que es verdad; “era cuestión de decidirse, ‘bancar los trapos’ como dicen acá. Los últimos años habían sido de dudas y sufrimiento y sin embargo me animé. Mi trabajo era malo y la casita que alquilaba estaba en malas condiciones. Apenas tenía ahorros y muy pocas cosas para llevar, así que viajé a Argentina con las maletas prácticamente vacías, pero aunque Florencia me protegió y cuidó de mí, me costó muchísimo adaptarme a Buenos Aires… es como vivir en otro planeta”.
Y sigue con el relato “el departamento de Flor está en pleno centro de la Capital Federal y el bullicio es incesante. Por la puerta de la casa pasan más de 20 líneas de buses, que acá les llaman colectivos y es una locura. Es una ciudad que está despierta las veinticuatro horas de verdad, con comercios que no cierran nunca, personas que viven apuradas y gritando. Además es enorme: 150 kilómetros de asfalto en continuado. ¡De de las mayores ciudades del mundo! Recuerdo que uno de los primeros días quise ir a buscarla al trabajo y utilicé el sistema de trenes subterráneos para transportarme: me perdí y casi tienen que llamar a la policía para que me ubiquen. Estaba siempre nervioso, muchos autos, mucho ruido y cruzar cada avenida me parecía una odisea. Y además me sentía mal como hombre: aunque Flor no tenía problemas para ayudarme económicamente, yo sentía que debía aportar dinero y no conseguía trabajo”.
“Pobrecito mi Martín -comenta Flor-. Imaginate que venía de un pueblo tranquilo con muchos espacios rurales y de repente estaba viviendo en un mundo nuevo, lleno de edificios, coches a toda velocidad, ruidos de madrugada… Una noche fuimos a bailar y no podía entender que acá las discotecas abren a las 2 de la mañana. O podés cenar a esa misma hora, porque los restaurantes continúan abiertos. Más allá del amor, la adaptación de Martín a una ciudad tan grande fue difícil. ¡Hasta amenazó con volverse a Padrón! Esa fue la única vez que nos peleamos. Le dije que si se iba no quería que vuelva nunca más y me dijo que prefería volver a freir pimientos en Herbón antes de no poder dormir por tanto ruido. Pero se dió cuenta que sin mi no podría vivir” dice y vuelven a estallar de risa.
Al tiempo Martín consiguió trabajo en una fiambrería y el año pasado quedó definitivamente a cargo del negocio. “En Buenos Aires la palabra charcutería no se usa. Les llaman fiambrería y tienen embutidos de mala calidad comparados con los nuestros, pero me hice fanático de Boca Juniors, el dulce de leche, del mate y el asado. Extraño el pulpo y tener el mar tan cerca, pero me fui adaptando gracias a la personalidad de los argentinos: aunque hablan demasiado y no me gusta que siempre saludan con un beso, son muy familieros, solidarios y simpáticos. Y tienen una cualidad maravillosa: son excelentes amigos y dan todo por ellos. Por eso digo que vivir en Argentina fue una elección desde el amor, pero como todos los grandes cambios generaron ansiedad y un poco de miedo. Pero no me arrepiento en absoluto: recuperé la alegría gracias a Florencia y a un pueblo que se siente totalmente identificado con los gallegos. A cada persona que conozco y escucha mi acento, les digo de dónde vengo y enseguida me cuentan las historias de sus padres o abuelos que llegaron con la misma incertidumbre que yo. Toda la vida, más que español siempre me consideré gallego y en Argentina ser gallego es sinónimo de familia. Y aunque una parte de mi corazón se quedó para siempre en Padrón, soy muy feliz en esta loca ciudad de Buenos Aires que me adaptó recordando a sus ancestros inmigrantes”.