22 septiembre, 2024
De las tres grandes dictaduras europeas occidentales del siglo XX: fascista, nazi y franquista, la que tuvo mayor duración fue la dictadura de Franco (1936-1975). El fascismo y el nazismo conocieron su fin tras una derrota bélica, por el contrario Franco fue el ganador, y no el vencido, en nuestra guerra civil, que fue bautizada como la Cruzada que iba a salvar al mundo del fantasma comunista que ya recorría Europa. El complejo y contradictorio régimen de Franco fue la continuación de la guerra por otros medios, invirtiendo así la clásica definición acuñada por Clausewitz a comienzos del siglo XIX, que decía que la guerra debía ser solo la continuación de la política por otros medios, pensando siempre naturalmente en las guerras entre estados, y no en las guerras civiles.
Distinguimos entre dos clases de guerras: la justa y la injusta. Es justa la guerra cuando un país se defiende de una agresión externa, e injustas serían las guerras contrarias. Sin embargo la diferencia entre guerra justa e injusta no puede limitarse al mero hecho del ataque y la defensa, porque, si un país sabe que corre el peligro de ser invadido, puede tener derecho a iniciar una guerra para evitar un mal mayor. De todos modos, y sea cual sea el caso, hay una verdad evidente, y es que para que una guerra sea justa debe haber primero un agresor ilegítimo. Pero es que además hay también otra verdad que a veces es difícil de ver, y es que un país injustamente agredido tiene derecho a defenderse, pero no a ganar la guerra. Porque las guerras no son las balanzas del bien y el mal, sino de la fuerza.
«Una guerra puede ganarse por varias razones. Primero porque disponemos de un ejército más fuerte y mejor entrenado que el del enemigo. Pero también es fundamental el modo como se planifica la guerra y se ejecutan las operaciones»
Una guerra puede ganarse por varias razones. Primero porque disponemos de un ejército más fuerte y mejor entrenado que el del enemigo. Pero también es fundamental el modo como se planifica la guerra y se ejecutan las operaciones. Puede darse el caso, como el del ejército francés en la II Guerra Mundial, de que un ejército más pequeño y peor equipado como era el ejército alemán derrote al mejor ejército, debido a la incompetencia de sus altos mandos – que, por ejemplo, utilizaban a los tanques desplegándolos en filas estáticas – y a las pocas ganas de combatir de los soldados. El historiador francés Marc Bloch, movilizado como capitán en la I y II guerras mundiales, escribió un libro sobre la derrota francesa al que tituló La extraña derrota, acuñando el término de drôle de guerre, o «guerra de coña» para describir lo que pudo ver en el frente.
Desde la I Guerra Mundial las batallas son batallas de materiales, por la importancia de la artillería, los vehículos y suministros. Y no puede ganarse una guerra sin una industria que la haga posible. Los tanques alemanes eran superiores a los rusos o norteamericanos, pero eran muy escasos. Los EE.UU. podían fabricar 12 tanques Sherman por cada tanque alemán, y los rusos todavía más. Y lo mismo ocurrió con los aviones y los barcos. Ninguno puede funcionar sin combustible, arma esencial en las guerras.
En 1936 un grupo de generales encabezados por Mola, el «director», planificó un golpe de estado, no contra la República, sino contra el gobierno del Frente Popular. Estaba destinado a tener el mando del mismo o bien Sanjurjo, o bien el propio Mola, o en todo caso el general Cabanellas, que era el más antiguo en el escalafón tras la muerte en accidente de ambos. Franco dudó en unirse al golpe. Era conocido por sus compañeros como «Franquito el cuquito». Su experiencia militar en el campo de batalla se limitaba al mando de una brigada, la Legión. Pero consiguió hacerse con el mando en un mundo de intrigas entre generales, apoyado por Millán Astray y por Serrano Suñer, un abogado del estado filo-nazi, que tenía la formación política que no tenía su cuñado Franco.
«La historia de Franco y el franquismo es una tragedia del oportunismo, la improvisación y la capacidad de adaptación. Franco no tenía una ideología clara. Sus compañeros en el generalato decían que su ideología era el franquismo, o sea, aferrarse al poder»
La historia de Franco y el franquismo es una tragedia del oportunismo, la improvisación y la capacidad de adaptación. Franco no tenía una ideología clara. Sus compañeros en el generalato decían que su ideología era el franquismo, o sea, aferrarse al poder, lo que hizo de un modo muy eficaz adaptándose al medio. Franco no era falangista aunque utilizó la Falange mientras la necesitó. Si José Antonio Primo de Rivera hubiese sobrevivido a la guerra habría tenido un conflicto con él. Por supuesto no era carlista, ni monárquico, si la monarquía suponía dejar el poder, lo que debería haber hecho si dudaba de la legitimidad de la República. Generales monárquicos como Varela o Kindelán llegaron a tener con él un serio conflicto, al ver que no quería el retorno del rey.
Franco ganó la guerra porque tenía un ejército disciplinado y no sometido a vaivenes políticos, como le ocurrió a la República, y también porque contó con la ayuda de Hitler y Mussolini, que le proporcionaron armas modernas, e incluso tropas en el caso italiano. La República se vio abandonada por Francia, Inglaterra, los EE.UU. y solo tuvo el apoyo de la URSS, lo que supuso un coste por el control ideológico y porque la aisló todavía más de las democracias occidentales, que no veían del todo mal a Hitler y Mussolini si podían frenar la expansión comunista, y siempre jugaron al «sí pero no».
La guerra civil dividió España en dos y combatieron con cada bando, reclutados obligatoriamente, aquellos a los que la suerte situó en uno de los dos lados. Naturalmente hubo voluntarios falangistas, requetés, anarquistas, comunistas, nacionalistas vascos y de otros grupos, pero el grueso de los ejércitos eran movilizados forzosos. Los militares profesionales atrapados en cada zona podían no unirse al vencedor a costa de sus vidas; pero la mayoría combatieron donde no tuvieron más remedio.
«Como Franco y su régimen concibieron la guerra como una lucha de clases e ideologías, al lograr la victoria no mostraron la mínima generosidad con los vencidos»
Como Franco y su régimen concibieron la guerra como una lucha de clases e ideologías, al lograr la victoria no mostraron la mínima generosidad con los vencidos. Al contrario que el general Lee, que se volvió a su casa al acabar la Guerra de Secesión junto con los demás combatientes confederados, el régimen franquista depuró todas las instituciones. Aunque mantuvo el régimen jurídico anterior en los campos civil, mercantil, administrativo y procesal, creó legislaciones especiales para aplicar la represión. Una represión que comenzó a ceder tras los años cincuenta, porque era menos necesaria, y estuvo acompañada por la metamorfosis de un régimen filo-fascista a otro visceralmente anticomunista, reconocido por los EE.UU.
El franquismo fue una época histórica compleja con fases diferenciadas en los aspectos económicos, sociales e ideológicos, y no solo una dictadura personal. Por eso no es tan fácil decir quién era franquista y quién no. Hubo dos clases de franquistas: los activos y los pasivos, y dos clases de antifranquistas: los militantes en la clandestinidad y los silenciosos obligados, no conformes con el régimen. Dijo uno de los miembros de la última Junta militar argentina: «primero mataremos a los terroristas, luego a sus cómplices, luego a sus encubridores, luego a los tibios y por ultimo a los indiferentes». En España a partir de los años cincuenta el número de tibios e indiferentes fue creciendo, a la par que llegó el desarrollo económico de los sesenta.
Dijo una vez Franco a un visitante: «haga usted como yo, no se meta en política». No necesitaba meterse en política, porque la política era él. Pero consiguió que a la mayor parte de la población la política de partidos no les interesase. Muchos nunca habían visto lo que eran unas elecciones, ni un partido político. Y la realidad tangible en la economía y la sociedad ocupaba toda la atención de la población. Se sabía que había cosas prohibidas. Cuando era niño nos preguntábamos inocentemente entre amigos: «si fueras Franco ¿tú que prohibirías?». No es que fuésemos unos precoces antifranquistas, es que Franco era eso: prohibir cosas. Franco estaba ahí, como el sol, que sale por la mañana y se pone por la tarde. Mejor era no meterse con él, aunque no sabíamos por qué.
«Dijo una vez Franco a un visitante: «haga usted como yo, no se meta en política». No necesitaba meterse en política, porque la política era él. Pero consiguió que a la mayor parte de la población la política de partidos no les interesase»
El franquismo pasó del nacional-catolicismo, mezclado con el fascismo, al anticomunismo y anti-separatismo nacionalista, sin más. En el anticomunismo era esencial la lucha contra los sindicatos, sobre todo CCOO, y el PCE, columna vertebral de la oposición por muchos años. Pero llegando a la agonía del régimen y su Caudillo a partir de 1970, junto a esas reivindicaciones, el franquismo aparecía como un régimen trasnochado en un país en el que la religión católica iba perdiendo fieles practicantes. Entonces se creó un nuevo franquismo, que podría definirse así: «se llama franquismo al régimen responsable de todas las prohibiciones y abusos. Por eso todo lo prohibido por el franquismo es, por definición, bueno». Y había mucho que liberar: las lenguas nacionales, las costumbres sexuales, sociales y familiares, las ideas, el arte…
El franquismo murió de una mezcla de agotamiento y anacronismo, tras llevarse por delante muchas víctimas, de las que aún viven algunos de sus descendientes. El franquismo fue real, fue parte de la historia, y como en toda historia hubo verdugos y víctimas, héroes y villanos, y espectadores silenciosos al fondo. Ha pasado tanto tiempo que es imposible resarcir a las víctimas reales, mediante la aplicación de la justicia y las reparaciones pertinentes. Tendrían que hacerlo los poderes del estado.
«El nuevo antifascista self-service cree que lo único que importa son sus deseos, que los demás deben satisfacer. Podrá censurar, criticar, e incluso insultar a los que se inventa como fascistas, que no tendrán derecho a defenderse. No necesita aprender nada, porque como no sabe nada, cree que lo sabe todo»
Pero ha surgido un nuevo tipo de antifranquistas: los antifranquistas a la carta, o self-service. Los consumidores del antifranquismo, que crean la demanda antifranquista para consumirla después. Pueden tener veinte años, y haber nacido 68 años después del inicio de una guerra civil que no entienden, pero de la que hablan como si la hubiesen vivido. El franquismo de autoconsumo es antifascista, entendiendo por fascismo cualquier cosa que haya sido prohibida, o que se pueda prohibir en el futuro.
Como el cliente siempre tiene la razón y hay que satisfacer a la clientela, el nuevo antifascista self-service cree que lo único que importa son sus deseos, que los demás deben satisfacer. Podrá censurar, criticar, e incluso insultar a los que se inventa como fascistas, que no tendrán derecho a defenderse. No necesita aprender nada, porque como no sabe nada, cree que lo sabe todo. La realidad presente o pasada no le importa, porque él es el cliente y las mercancías se crean para satisfacer sus deseos. Es el cliente en estado puro, el consumidor absoluto, el mundo es su representación, y no puede haber nada más allá de ella. Desconoce el principio de realidad, porque vive bajo el principio del placer, y por eso puede decir cosas como éstas: «ahora el 23-F sería imposible, porque tenemos teléfonos móviles», que parece ser que no se pueden desconectar por las empresas que los fabrican. «A la guerra va quien quiere. Si estalla una guerra que vaya otro, yo no pienso ir» (estudiante de 4º curso de Historia, USC). Pero eso sí, puede ser muy solidario con las víctimas que escoge en el mercado mundial de las desgracias, siempre y cuando estén lejos y no alteren su vida, ni le comprometan a nada. Y es que él no es responsable de ningún mal ni por acción ni por omisión.